y los españoles veintinueve. Ambos bandos veían en la lucha una cuestión de honra nacional y no economizaban oro ni influencias y ardides para alcanzar el triunfo. No había en Lima quien no estuviese interesado en pro de un bando. El capítulo fué reñidísimo; pero al fin, por mayoría de un voto, triunfó el limeño fray Diego de Urrutia.
Los criollos ó peruleros vieron con orgullo y celebraron con grandes fiestas la victoria. Y había razón, porque hasta entonces el pandero había estado siempre en manos de los españoles. Esta elección ganada era un pasito que, á lo somorgujo, dábamos los peruanos en el camino de la independencia.
Durante el período del padre Uurrutia llegó nuevo virrey, que lo fué D. Pedro de Castro y Andrade, conde de Lemos, gran amigo de los jesuítas, quien por ciertas faltillas y desacatos puso preso en el Callao á Pérez de Guzmán, gobernador de Panamá. Fray Jerónimo de Urrutia que, cuando pasó por el istmo en su viaje á Europa, había sido muy agasajado por éste, fué á visitarlo en la prisión, y hallándolo escaso de recursos, le obsequió cuatro mil pesos.
Súpolo el virrey, y desde ese momento toinó ojeriza por los Urrutins, quienes confiados en la popularidad de que gozaban en Lima, y más que todo en el número de frailes con que habían sabido reforzar el partido criollo, mallita la importancia que daban al enojo del mandatario.
Llegó el año de 1669, en que debía celebrarse nuevo capítulo, y los Urrutias presentaron por candidato á un sacerdote de su parcialidad. El triunfo era para ellos seguro; pues contaban con cuarenta y cuatro votos le barreta, como hoy se dice, contra quince que proclamaban al padre Tovar, doce que apoyaban al padre Ulloa y nueve partidarios del padre Lagunilla. Esta anarquía del partido español era también una garantía de triunfo para los criollos.
El virrey, que era paisano y muy amigo le Lagunilla, se entendió con los adeptos do Tovar, consiguiendo por medio de manejos en que intervinieron los jesuítas que aquellos desistieran.
En cuanto al padre Bartolomé de Ulloa, fué más fácil tarea la de hacerlo abandonar su pretensión. Pesaba sobre él una acusación de la que aunque resultara absuelto y penados sus acusadores, algo quedaba eu la conciencia pública; pues, como dice el refrán, el sartenazo si no duele tizna. He aquí la acusación. Siendo el padre Ulloa prior del convento del Cuzco, sus enetnigos sorprendieron en su celda á una mozuela, á la que, según diz que resultó del proceso, habían pagado para que se prestase á tamaño escándalo.
El sagaz virrey acabó de convencer á los de estas parcialidades, ofreciéndoles cargos en el Definitorio, y añadió: