—Padres míos, sigamos en este empeño hasta el último suspiro, si es preciso; porque si no nos unimos los españoles, estos peruleros quedarán para siempre encima como el aceite.
Aun así, como se ve, el partido español no reunía sino treinta y seis votos contra cuarenta y cuatro del partido criollo ó de los Urrutias. Éstos disponían además del Definitorio, llamado por la constitución agustina á calificar los religiosos con derecho á voto; y asegurábase que era punto acordado el privar de sufragio, por motivo más ó menos fundado, á tres de los del partido español.
Llegó el 29 de julio, y el virrey, de acuerdo con la Audiencia, pasó offcio á fray Diego de Urrutia para que inmediatamente tocase á capítulo.
Respondió éste que no era ello posible porque aún el Definitorio no había hecho las calificaciones. Insistió el virrey, obstinóse Urrutia, y su excelencia cortó por lo sano, dirigiéndose con buena escolta y dos calesas con las cortinillas corridas al convento de San Agustín.
Llegado el conde de Lemos á la portería, llamó á fray Diego y á cuatro sacerdotes de los más influyentes en el partido criollo, y sin atender á razones, protestas ni latines, los enjauló en las calesas y los mandó al Callao.
Entruse luego su excelencia, acompañado de los oidores de la Real Audiencia, á la sala capitular é intimó á los frailes que procediesen á la elección. Los soldados, que ocupaban los claustros, rechiflaban y aun amenazaban á los mazamorreros; y exaltándose los ánimos en la discusión, mandó el virrey venir otro vehículo y empaquetó en él con destino al Callao á dos de los padres definidores, que anduvieron un tanto insolentes en la defensa de sus prerrogativas.
Uno de ellos, el padre Mutos, portugués y gran persona en el partido criollo, le dijo a otro fraile del bando contrario: —Mire vuesa paternidad que no es cierto lo que dice.
Enfurecióse ante tal mentís el español y le respondió en estos términos: —Mire cómo habla el padre presentado y tenga maneras, que está delante del Real Acuerdo.
A lo que el padre Matos contestó: —Pues fable la real verdad del Real Acuerdo, que menos lo respeta quien miente que quien arguye la falsedad Y dicho esto, abandonó la sala, dejando al mismo virrey pastuado de la audacia Desde las cuatro de la tarde hasta las cinco de la mañana permanecieron en San Agustín el virrey y los oidores para lograr aquietar los ánimos y que hubiera elección.