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Página:Tradiciones peruanas - Tomo III (1894).pdf/63

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Ricardo Palma

pisondista que Birján y los doce pares de Francia que vinieron con Pizarro á la conquista.

Doña Pulqueria habría podido seguir un año vomitando proverbios y disparates, sin que el burlado marido la atendiese. Á las primeras palabras con que la vieja le hizo conocer su deshonra, Perico, que era mozo fuerte, arrimó el hombro á la puerta tan vigorosamente que á poco consiguió hacerla ceder.

Cuando después de recorrer los dos cuartos se convenció de que su mujer andaba á picos pardos, abrió el cajoncito de la herramienta, y tomando una lesna, se dirigió al Niño Dios, diciéndole: —¡Ah, ingrato! ¿Así vigilas por mi honra y así pagas mi cariño? Pues toma lo que mereces.

Y clavó la lesna en una pierna de la infantil y divina efigie.

La vieja, que se había quedado en la calle ensartando refranes, oyó en la habitación de Perico el llanto de un niño; y movida por la curiosidad, pues el matrimonio carecía de hijos, aventuróse á penetrar en la tienda.

Perico había caído desmayado y conservaba en la mano la lesna ensangrentada.

El llanto que atrajo á la vieja había cesado.

Acudieron vecinos y socorrieron al zapatero, quien al volver en sí refirió que, después de herir el busto del Niño Dios, habia éste prorrumpido en llanto.

Consta del expediente que siguió la autoridad eclesiástica que en la pierna del Niño se vió la sangre que brota de toda herida.

Esta imagen, que el devoto pueblo llama el Niño Llorén, fué trasladada con gran pompa á la catedral de Huamanga, donde existe, en la nave de la derecha, en el altar del señor de Burgos.

El zapatero se retiró al convento de Ocopa, y años más tarde murió allí devotamente vistiendo el hábito de lego.

En cuanto á Casilda, acabó como acaban casi siempre las heroínas de la prostitución: el final de la Traviata.