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Y pasaron meses y nadie volvió á acordarso de Pacorro, ni del pasquín, ni de fray Tiburcio. Verdad es que novedades muy serias traían preocupados á los arequipeños.
Los piratas Harris, Cook y Mackett, que habían sido compañeros del famoso filibustero Morgán, salieron de Jamaica en marzo de 1679 con nueve buques, y después de hacer en el mar valiosas presas, atacaron los puertos de Ilo y Arica, amenazando continuar sus correrías por la costa.
Casi á la vez otros piratas, Bartolomé Charps y Juan Warlen, desembarcaron en Arica, y después de ocho horas de reñido combate, la muerte de Warlen dió la victoria á los peruanos.
Los vecinos ricos, que eran los llamados á perder más si los piratas se aventuraban á presentarse en la falda del Misti, reunieron una fuerte suma de dinero, destinada al equipo y manutención de cien hombres de guerra, armados de arcabuces. Ofrecieron ochenta duros de enganche, y Pacorro fué de los primeros que figuró en el rol.
Llegó el día en que, vistosamente uniformados, debían salir de Arequipa, camino de la costa, los bizarros defensores de la ciudad, ignorantes aún del descalabro que acababan de experimentar en Arica los piratas.
Con tal motivo, el Cabildo y todo el vecindario quería despedirse en la plaza de los guapos que iban á habérselas tiesas con el inglés.
El Perú es el pueblo en que más consumo se ha hecho de pólvora desde que la inventara el fraile á quien tanta gloria se atribuye. No bay fiesta cívica, religiosa ó doméstica sin cohetes y camaretas; y proverbial es la respuesta que á Carlos
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diera un noble que estuvo en Indias, cuando el soberano le preguntó en qué se ocupaban los peruleros. «En repicar y quemar cohetes. » La verdad es que otro gallo le cantara al Perú si lo que hemos gastado en pólvora, después de la independencia, lo hubiéramos empleado en irrigar terrenos. Pero noto que voy metiéndome en el peligroso campo de la política, y hago punto, no sea que me eche á disparatar como la mayoría de los hombres públicos de mi tierra, que no pueden dar en bola cuando están con taco en mano.
Los improvisados matachines iban tan huecos, como si llevasen al rey en el cuerpo, en dirección á la plaza, descargando sus arcabuces, con gran contentamiento de la muchedumbre que los vitoreaba, estimulándolos así para comerse crudos á los ingleses como quien come roastbeaf.
Pacorro, que quería singularizarse produciendo mayor estruendo, echó Toxo III