dad del obispo que venía á suceder en la diócesis al dominico fray Francisco de Cabrera, muerto en 1619.
El nuevo obispo, volviéndose á los cabildantes y canónigos que lo acompañaban, dijo, aludiendo á la campana de la catedral: —Esa que repica más alegremente me conoce desde chiquito, como que la fundió mi padre. Gracias, hermana.
Es mentira aquello de que nadie es profeta en su tierra; pues D. Carlos Marcelo Corne, no sólo fué obispo en Trujillo, lugar de su nacimiento, sino que tuvo la gloria de ser el primer peruano á quien se acordara por el rey tal distinción en su patria.
No me propongo borronear una biografía del obispo fundador del Colegio Seminario de Trujillo; pues mucho hay escrito sobre la ciencia y virtudes del prelado por quien dijo el limeño padre Alesio en su poema de Santo Tomás, impreso en 1645: Ilustre con suerte propia cual astro en noche serena, luce Corne, cornucopia de frutos de estudio llena » Dejando, pues, á un lado todo lo que podríamos referir sobre la vida del Sr. Corne, entraremos de lleno en la tradición.
Cierta noche, en el mes de abril de 1627, tomaba el Sr. Corne su colación de soconusco, en compañía del provisor D. Antonio Téllez de Cabrera, cuando entró de visita el corregidor D. Juan de Losada y Quiñones, quien, después de un rato de conversación, dijo: —Escandalizado estoy, ilustrísimo señor, con las cosas que, según me han contado, pasan en el monasterio de Santa Clara. Dicen que allí todo es desbarajuste; pues si las doscientas seglares que hay en el claustro dan que murmurar al mismo diablo, las monjitas no se quedan rezagadas.
—¿Qué hacer, señor corregidor?—contestó el obispo.—Como vuesa merced sabe, las clarisas no están bajo mi jurisdicción, que ésta alcanza sólo á la iglesia y no pone pie de la portería para adentro. Algo he platicado ya sobre el particular con el padre Otárola, provincial de San Francisco; pero él me dice siempre que sus monjitas son unas santas y que no haga caso de chismes, —¿Chismes?—arguyó picado el corregidor.—Su señoría ilustrísima es el pastor; y como tal, responsable ante Dios y el rey de la sanidad del ganado católico. El pastor tiene derecho para entrar en el redil é inspeccionar las ovejas.
—Algo hay de cierto en eso, Sr. D. Juan; pero.....
—Nada, ilustrísimo señor! Mañana vengo por su señoría y de rondón