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Tradiciones peruanas

» 96 de pobre literatura, & juzgar por la octava que de él conocemos y que, sin lisonja, es de lo malo lo mejorcito:

Utiles de este Pindo refulgente Son auxilio á hospitálica indigencia Que Apolo, como médico excelente, Si aquí da el metro, allá la Providencia.

Mi farsa es una acción grave y decente De honorosa política é influencia, Y el que otro viso hallare en el que inflama Aproveche la luz, deje la llama.

¿Has entendido, lector? Pues yo tampoco.

La primera vez que los limeños disfrutaron de ópera italiana fué en 1814. La compañía era diminuta, y así el tenor, Pedro Angelini, como la soprano, Carolina Grijoni, de escasísimo mérito. El espectáculo no fué del gusto público y por ello fué reducido el número de funciones. Sólo desde 1840, en que tuvimos á las inolvidables Clorinda Pantanelli y Tere sina Rossi, empezaron á ocupar la escena lírica artistas de reputación merecida.

Por el año de 1814, época en que principia nuestro relato, el primer actor de la compañía dramática era el famoso Roldán, díscipulo de Isidoro Máiquez, figurando en segunda escala el gracioso Rodríguez, Cebada como galán joven y Barbeito en los papeles de traidor. Cuando alguna vez hemos aplaudido á O'Loghlin en Ricardo III y Sullivan, á Manuel Dench en el Cardenal Montalto, á Jiménez en Dos horas de favor, á Casacuberta en los Escalones del crimen, á Aníbal Ramírez en las comedias de Rodríguez Rubí, á Lutgardo Gómez en Traidor, inconfeso y mártir, á Torresen Luis XI, á Valero en el Músico de la murga ó á Burón en el Drama nuevo, y manifestado nuestro entusiasmo á un anciano que la casualidad nos deparaba por vecino de luneta, siempre hirió nuestros oídos esta contestación: «¡Psche! No está mal ese actor..... Pero si usted hubiera conocido á Roldán..... ¡Oh, Roldán!.... Eso era lo que había que ver.» Cuando Emilia Hernández, Aurora Fedriani, Matilde Duclós, Amalia Pérez, Ventura Muró Carolina Civili han arrancado un ¡bravo! á nuestros labios y un aplauso á nuestras manos, también hemos sido interrumpidos por una voz cascada y catarrienta:

«¡Qué fosfórica es esta juventud! Bien se conoco que no oyeron á la Moreno... Oh, la Moreno!... ¡Cosa mejor, ni en la gloria!» Y en efecto, Roldán, que en la comedia era una apreciable medianía, no ha encontrado hasta hoy, en nuestro proscenio, según el sentir de muy