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Ricardo Palma

entendidos críticos, un digno rival en la tragedia. En cuanto á la Moreno, sólo sabemos que había llegado á ser una buena actriz, sin que, por entonces, tuviera mérito bastanto para que se la considerase como una notabilidad. Y no es concebible la importancia que quieren darla nuestros antecesoros, desde que se sabe que su educación fué tan descuidada que aprendió á leer de corrido entre los bastidores del teatro y á la edad de diez y ocho años.

111 María Moreno nació en Guayaquil en 1794. Rafael Cebada la conoció al pasar por esa ciudad en 1812. Se apasionó vivamente de su hermosura y recurrió a la tercería de una apergaininada vieja para dirigir billeticos á la joven. Cubada era, á la sazón, un anlaluz de treinta años, de blonda y rica cabellera, de grandes ojos negros y de gallardo cuerpo. Sin embargo de su varonil hermosura, revelaba en la palidez del rostro ese sello que frecuentemente dejan los vicios. Ello es que María encontró al galán muy de su gusto, y para dar un fin romancesco á los preliminares, concertó con él una escapatoria de la casa materna.

Einbarcósc la enamorada pareja en un buque próximo á zarpar de la ría. Peregrinaron por Trujillo y Cajamarca, y soñando con que todo el monte era orégano y demás lindezas con que diz que sueñan los amantes, despertaron una mañana en la tres veces coronada ciudad de los reyes. Cebada se había consagrado á educar á su querida, la que dió tales muestras de habilidad que, en menos de dos meses, alcanzó á leer la letra de cadenilla con que se copiaban los papeles de comedia y estuvo expedita para hacer su primera salida en un teatrillo de pueblo.

Al llegar á Lima contaba la joven actriz muy cerca de dicz y nuove años y era de fisonomía bella y simpática. Imagínese el lector un rostro ligeramente ovalado entre un marco de negros y sedosos cabollos; una frente tersa y arqueadas cejas sobre magníficos y relucientes ojos garzos, capaces de incendiar un corazón de caucho; unos labios purpúreos, pequeños é incitantes, hombros mórbidos y seno voluptuoso. Y si á estos rápidos detalles añade una sonrisa, a la que aumentaba gracia una linda trinidad de hoyuolos y una voz dulce como una esperanza do amor, fácil es de adivinarse el cúmulo do simpatías y do adoradores que conquistaría en la escena la mujer que se presentaba con tales recomendaciones físicas.

El mismo virrey Abascal, á pesar de su gravedad, años y achaques, quemaba, de vez en cuando, el incienso del galantco á las plantas do la cómica.

Créese que no son virtudes muy sólidas las de la gente del teatro; y TOMо I 7