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Tradiciones peruanas

bienes, y gracias que les permitía respirar el aire de Lima, donde vivían de la caridad de algunos amigos. El vencedor, como era de práctica en esos siglos, pudo ahorcarlos sin andarse con muchos perfiles; pero don Francisco Pizarro se adelantaba á su época, y parecía más bien hombre de nuestros tiempos, en que al enemaigo no siempre se mata ó aprisiona, sino que se le quita por entero ó merma la ración de pan. Caídos y levantados, hartos y hambrientos, eso fué la colonia, y eso ha sido y es la república. La ley del yunque y del martillo imperando á cada cambio de tortilla, ó como reza la copla:

«Salimos de Guate mala y entramos en Guate—peor:

cambia el pandero de manos, pero de sonidos, no.» ó como dicen en Italia: eLibrarse de los bárbaros para caer en los Barbarini.» Llamábanse los doce caballeros Pedro de San Millán, Cristóbal de Sotelo, García de Alvarado, Francisco de Chávez, Martin de Bilbao, Diego Méndez, Juan Rodríguez Barragán, Gómez Pérez, Diego de Hoces, Martín Carrillo, Jerónimo de Almagro y Juan Tello.

Muy á la ligera, y por la importancia del papel que desempeñan en esta crónica, haremos el retrato histórico de cada uno de los hidalgos, empezando por el dueño de la casa. A tout seigneur tout honneur.

Pedro de San Millán, caballero santiagués, contaba treinta y ocho años y pertenecía al número de los ciento setenta conquistadores que capturaron á Atahualpa Al hacerse la repartición del rescate del inca, recibió ciento treinta y cinco marcos de plata y tres mil trescientas treinta onzas de oro. Leal amigo del mariscal D. Diego de Almagro, siguió la infausta bandera de éste, y cayó en la desgracia de los Pizarros, que le confiscaron su fortuna, dejandole por vía de limosna el desmantelado solar de Judíos, y como quien dice: «basta para un gorrión pequeña jaula.» San Millán, en sus buenos tiempos, había pecado de ruuboso y gastador; era bravo, de gentil apostura y generalmente querido.

Cristóbal de Sotelo frisaba en los cincuenta y cinco años, y como soldado que había militado en Europa, era su consejo tenido en mucho. Fué capitán de infantería en la batalla de las Salinas.

García de Alvarado era un arrogantísimo mancebo de veintiocho