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Ricardo Palma

años, de aire marcial, de instintos dominadores, muy ambicioso y pagado de su mérito. Tenía sus ribetes de pícaro y felón.

Diego Méndez, de la orden de Santiago, era hermano del famoso general Rodrigo Ordóñez, que murió en la batalla de las Salinas mandando el ejército vencido. Contaba Mendez cuarenta y tres años, y más que por hombre de guera se le estimaba por galanteador y cortesano.

Don Francisco de Chávez, Martín de Bilbao, Diego de Hoces, Gómez Pérez y Martín Carrillo, sólo nos dicen los cronistas que fueron intrépidos soldados y muy queridos de los suyos. Ninguno de ellos llegaba á los treinta y cinco años.

Don Juan Tello el sevillano fué uno de los doce fundadores de Lima, siendo los otros el marqués Pizarro, el tesorero Alonso Riquelme, el veedor García de Salcedo, el sevillano Nicolás de Ribera el Viejo, Rui Díaz, Rodrigo Mazuelas, Cristóbal de Peralta, Alonso Martín de Don Benito, Cristóbal Palomino, el salammanquino Nicolás de Ribera el Mozo y el secretario Picado. Los primeros alcaldes que tuvo el Cabildo de Lima fueron Kibera el Viejo y Juan Tello. Como se ve, el hidalgo había sido importante personaje, y en la época en que lo presentamos contaba cuarenta y seis años.

Jerónimo de Almagro era nacido en la misma ciudad que el mariscal, y por esta circunstancia y la del apellido se llamaban primos. Tal parentesco no existía, pues D. Diego fué un pobre expósito. Jerónimo rayaba en los cuarenta años.

La misma edad contaba Juan Rodríguez Barragán, tenido por hombre de audacia á la par que de mucha experienciagran Sabido es que, así como en nuestros días ningún hombre que en algo se estima sale á la calle en mangas de camisa, así en los tiempos antiguos nadie que aspirase á ser tenido por decente osaba presentarse en la vía pública sin la respectiva capa. Hiciese frío ó calor, el español antiguo y la capa andaban en consorcio, tanto en el pasco y el banquete cuanto en la fiesta de la iglesia. Por eso sospecho que el decreto que en 1822 dió el ministro Monteagudo prohibiendo a los españoles el uso de la capa, tuvo, para la independencia del Perú, la misma importancia que una batalla ganada por los insurgentes. Abolida la capa, desaparecía España, Para colmo de miseria de nuestros doce hidalgos, entre todos ellos no había más que una capa, y cuando alguno estaba forzado á salir, los once restantes quedaban arrestados en la casa por falta de la indispensable prenda.

Antonio Picado, el secretario del marqués D. Francisco Pizarro, ó más bien dicho, su demonio de perdición, hablando un día de los hidal.