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Ricardo Palma

á D. Diego en un navío, pues es inocente, que yo me iré con él adonde la fortuna nos quisiere llevar.

—¿Quién os ha hecho entender tan gran traición y maldad como esa?

Nunca tal pensé, y más deseo tengo que vos de que acabo de llegar el juez, que ya estuviera aquí si hubiese aceptado embarcarse en el galeón que yo le envié á Panamá. En cuanto a las armas, sabed que el otro día salí de caza, y entre cuantos íbamos ninguno llevaba lanza; y mandé á mis criados que comprasen una, y ellos mercaron cuatro. ¡Plegue á Dios, Juan de Rada, que venga el juez y estas cosas hayan fin, y Dios ayude á la verdad!

Por algo se ha dicho que del enemigo el consejo. Quizá habría Pizarro evitado su infausto fin, si como se lo indicaba el astuto Rada hubiese en el acto desterrado á Almagro.

La plática continuó en tono amistoso, y al despedirse Rada, le obsequió Pizarro seis naranjas que él mismo cortó por su mano del árbol y que eran de las primeras que se producían en Lima.

Con esta entrevista pensó D. Francisco haber alejado todo peligro, y siguió despreciando los avisos que constantemente recibía.

En la tarde del 25 de junio, un clérigo le hizo decir que bajo secreto de confesión había sabido que los almagristas trataban de asesinarlo y muy en breve. «Ese clérigo obispado quiere,» respondió el marqués; y con la confianza de siempre, fué sin escolta á paseo y al juego de pelota y bochas, acompañado de Nicolás de Ribera el Viejo.

Al acostarse, el pajecillo que lo ayudaba á desvestirse le dijo:

—Señor marqués, no hay en las calles más novedad sino que los de Chile quieren matar á su señoría.

—Eh! Déjate de bachillerías, rapaz; que esas cosas no son para ti—le interrumpió Pizarro.

Amaneció el domingo 26 de junio, y el marqués se levantó algo preocupado.

A las nueve llamó al alcalde mayor, Juan de Velázquez, y recomendóle que procurase estar al corriente de los planes de los de Chile, y que si barruntaba algo de gravedad, procediese sin más acuerdo á la prisión del caudillo y de sus principales amigos. Velázquez le dió esta respuesta que las consecuencias revisten de algún chiste:

—Descuide vuestra señoría, que mientras yo tenga en la mano esta vara, juro á Dios que ningún daño le ha de venir!

Contra su costumbre no salió Pizarro á nuisa, y mandó que se la dijesen en la capilla de palacio.

Parece que Velázquez no guardó, como debía, reserva con la orden del marqués, y habló de ella con el tesorero Alonso Riquelme y algunos Tоио I 9