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Ricardo Palma

alma al otro barrio. Decididamente, hogaño una bala de cañón es una bala científica, que nace educada y sabiendo á punto fijo dónde va á parar.

Esto es progreso, y lo demás es chiribitas y agua de borrajas.

Perdida toda esperanza de triunfo, Martín de Bilbao y Jerónimo de Almagro no quisieron abandonar el campo, y se lanzaron entre los enemigos gritando: «A mí, que yo maté al marqués!» En breve cayeron sin vida.

Sus cadáveres fueron descuartizados al día siguiente.

Pedro de San Millán, Martin Carrillo y Juan Tello fueron hechos prisioneros, y Vaca de Castro los mandó degollar en el acto.

Diego de Hoces, el bravo capitán que tan gran destrozo causara en las tropas realistas, logró escapar del campo de batalla, para ser pocos dias después degollado en Guamanga.

Juan Rodríguez Barragán, que había quedado por teniente gobernador en el Cuzco, fué apresado en la ciudad y se le ajustició. Las mismas autoridades que creó D. Diego, al saber su derrota, so declararon por el vencedor para obtener indultos y mercedes.

Diego Méndez y Gómez Pérez lograron asilarse cerca del inca Manco que, protestando contra la conquista, conservaba en las crestas de los Andes un grueso ejército de indios. Allí vivieron hasta fines de 1544. Habiendo un día Gómez Pérez tenido un altercarlo con el inca Manco, inató á éste á puñaladas, y entonces los indios asesinaron á los dos caballeros y á cuatro españoles más que habían buscado refugio entre ellos.

Almagro el Mozo pelcó con desesperación hasta el último momento en que, decidida la batalla, lanzó su caballo sobre Pedro de Candia, y diciéndole Trailor!» lo atravesó con su lanza. Entonces Diego de Méndez lo forzó á emprender la fuga para ir á reunirse con el inca, y habrianlo logrado si a Méndez no se le antojara entrar en el Cuzco para despedirse do su querida. Por esta imprudencia fué preso el valeroso mancebo, logrando Méndez escapar para morir más tarde, como ya hemos referido, á manos de los indios.

Se formalizó proceso y D. Diego salió condenado. Apeló del fallo á la Audiencia de Panamá y al rey, y la apelación le fué negala. Entonces dijo con entereza: «Emplazo á Vaca de Castro ante el tribunal de Dios, donde seremos juzgados sin pasión; y pues mucro en el lugar dondo degollaron á mi padre, ruego sólo que me coloquen en la misma sepultura, debajo de su cadáver.» Recibió la muerte—dice un cronista que presenció la ejecucióncon ánimo valiente. No quiso que le vendasen los ojos por fijarlos, hasta su postrer instante, en la imagen del Crucificado; y, como lo había pedido, se le dió la misma tumba que al mariscal su padre.

Era este joven de veinticuatro años de edad, nacido de una india no-