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Tradiciones peruanas

á V. M. algunas cosas de mi parte, y suplico á V. M. sea servido de me mandar hacer merced en ellas.» Para saber hasta dónde llegaban los humos y qué puntos calzaba en pretensiones el señor licenciado, transcribamos algunos acápites de la carta que con el mensajero Francisco Becerra dirigió á su mujer doña María de Quiñones: «Yo, señora, he hecho á S. M. tan gran servicio en ganarle estos reinos de tales tiranos y tantos y tan bien armados que se los tenían ocupados, alcanzando la más gloriosa victoria que ha dado Dios á capitán general en el mundo; y pues á D. Francisco Pizarro se tuvo por tan gran hazaña ganar estos reinos de indios, que fué ganarles á ovejas, que por ello le dieron marquesadlo, querría tratar allá de cómo su majestad mo hiciese mercedes, y pues yo tengo cuidado en servir á todos, razón es me lo agradezcan y paguen. Os alargaréis ó acortaréis en el pedir, conforme á lo que allá viéredos. » Para Vaca de Castro eran piñones y confitura todas las grandes batallas, desde las de los tiempos de la Roma pagana hasta la de Pavía.

Sólo la de Chupas, en que él dispuso de mil soldados y de las dotes militares de Francisco de Carbajal, que valía por un ejército, contra ochocientos almagristas mal dirigidos, merecía ser cantada por Homero. Para el señor gobernador, los conquistadores que acompañaron á Pizarro habían realizado empresa unás fácil y sencilla que el persignarse, A príncipe ó duque, por lo menos, enderezaba su merced la proa; pues clarito se vislumbra que hacía ascos á un marquesado.

Continúa hablando á su mujer de diversas remesas de dinero que le había hecho, y añade: «Una cosa habéis de tener en gran cuidado y poner muy gran diligencia en ella, y es que todo lo que allá hoviere ido y agora llegare lo recibáis muy secreto, y aun los de casa no lo sepan, y esto conviene, porque mientras menos viere el rey y sus privados, más mercedes me harán.» Encarga á su mujer que si se presentare oportunidad de hacer alguna compra de fundo rústico ó urbano, lo haga en cabeza de persona de su confianza y no de otra manera; pues no conviene que para mí, en mi nombre, se compro una paja, sino que se entienda que no tengo ni teneis un maravedí.» Sólo con Becerra enviaba Vaca de Castro á su mujer cinco mil quinientos cincuenta castellanos de oro, amén de esmeraldas y vajilla de plata. La hipocresía del licenciado no admite mayor refinamiento, y tentados estaríamos de poner en duda la autenticidad de esta misiva si ella no se encontrara autografiada y escrita, toda de letra de Vaca de Castro, en el precioso infolio que con el título de Cartas de Indias acaba de hacer publicar en Madrid el gobierno español.