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Ricardo Palma

Por entonces hallábase su señoría encalabrinado con una muchacha potosina; pero ella, que no quería dares ni tomares con el hombre de la ley, lo había muy cortésmente despedido, poniéndose bajo la salvaguardia de un soldado de los tercios de Tucumán, guapo mozo que se derretia de amor por los hechizos de la damiscla. El golilla ansiaba, pues, la ocasión de vengarse de los desdenes de la ingrata, & la par que del favorecido mancebo.

Como el diablo nunca duerme, sucedió que una noche se armó gran pendencia en una de las muchas casas de juego, que en contravención á las ordenanzas y bandos de la autoridad pululaban en la calle de Quintu Mayu.

Un jugador novicio en prestidigitación y que carecía de limpieza para levantar la moscada, había dejado escapar tres dados en una puesta de interés; y otro cascarrabias, desnudando el puñal, le clavó la mano en el tapete. A los gritos y á la sanfrancia correspondiente, hubo de acudir la ronda y con ella el alcalde mayor, armado de vara y espadín.

—¡Cepos quedos y á la cárcel!—dijo.

Y los alguaciles, haciéndose compadres de los jugadores, como es de estilo en percances tales, los dejaron escapar por los desvanes, limitándose, para llenar el expediente, á echar la zarpa á dos de los menos listos.

No fue bobo el alegrón de D. Diego, cuando constituyéndose al otro día en la cárcel, descubrió que uno de los presos era su rival, soldado do los tercios de Tucumán, Ellie de fristey Licenciado Pedro de La Gasra —¡Hola, hola, buena pieza! ¿Conque también jugadorcito?

—¡Qué quiere vueseñoría: Un pícaro dolor de dientes me traía anoche como un zarandillo, y por ver de aliviarlo, fuí á esa casa en requerimiento de un mi paisano que lleva siempre en la escarcela un par de muelas de Santa Apolonia, que diz que curan esa dolencia como por ensalmo.

¡Ya te daré yo ensalmo, truhán!—murmuró el juez, y volviéndoso al otro preso, añadió:—Ya saben usarcedes lo que reza el bando; cien duros ó cincuenta azotes. A las doce daré una vuelta y..... cuidadito!