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Tradiciones peruanas

El compañero de nuestro soldado envió recado á su casa y se agenció las monedas de la multa, y cuando regresó el alcalde halló redonda la suma.

—Y tú, malandrín, ¿pagas ó no pagas?

—Yo, señor alcalde, soy pobre de solemnidad; y vea vueseñoría lo que provce, porque, aunque me hagan cuartos, no han de sacarme un cuarto.

Perdone, hermano, no hay que dar.

Pues la carrera de vaqueta lo hará bueno.

—Tampoco puede ser, señor alcalde; que aunque soldado, soy hidalgo y de solar conocido, y mi padre es todo un veinticuatro de Sevilla. Infórmese de mi capitán D. Alvaro Castrillón, y sabrá vueseñoría que gasto un Don como el mismo rey que Dios guarde —¡Tú, hidalgo, don bellaco? Maese Antúnez, ahora mismo que le apliquen cincuenta azotes á este príncipe.

—Mire el señor licenciado lo que manda, que ¡por Cristo! no se trata tan ruinmente á un hidalgo español.

—¡Hidalgo! ¡Hidalgo! Cuéntamelo por la otra oreja.

— Pues, Sr. D. Diego—repuso furioso el soldado,—si se lleva adelante csa cobarde infamia, juro á Dios y á Santa María que he de cobrar venganza en sus orejas de alcaldle.

El licenciado le lanzó una mirada desdeñosa y salió á pasearse en el patio de la cárcel.

Poco después el carcelero Antúnez con cuatro de sus pinchos ó satélites sacaron al hidalgo aherrojado, y á presencia del alcalde le administraron cincuenta bien sonados zurriagazos. La víctima soportó el dolor sin exhalar la más mínima queja, y terminado el vapulco, Antúnez lo puso en libertad.

—Contigo, Antúnez, no va nada—le dijo el azotado;—pero anuncia al alcalde que desde hoy las orejas que lleva me pertenecen, que se las presto por un año y que me las cuide como á mi mejor prenda.

El carcelero soltó una risotada estúpida y murmuró:

—A este prójimo se le ha barajado el seso. Si es loco furioso no tiene el licenciado más que encomendármelo, y veremos si sale cierto aquello de que el loco por la pena es cuerdo.

II

Hagamos una pausa, lector amigo, y entremos en el laberinto de la historia, ya que en esta serie de TRADICIONES nos hemos impuesto la obligación de consagrar algunas líneas al virrey con cuyo gobierno se relaciona nuestro relato.

Después de la trágica suerte que cupo al primer virrey D. Blasco Nú-