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Ricardo Palma

La casa á que el balcón pertenece aún, era habitada por una de las familias más acaudaladas, influyentes y aristocráticas de aquella época.

Cuando faltaban al galán pocos peldaños para tocar en el suelo, se desprendió la escala del balcón, y al mismo tiempo cinco embozados principiaron á descargar con gran fuerza costalazos de arena sobre el caído, gritándole:

—¡Ladrón de honras!

Los eriados del futuro marqués de Zárate, cuyos descendientes fueron los marqueses de Montemira y condés de Valle—Osella, que habitaba la casa fronteriza, en la calle que hoy mismo lleva ese nombre, despertaron á los gritos de los agresores y de la víctima, lanzándose fuera para prestar auxilio al que lo demandaba. Mas cuando llegaron al sitio, sólo encontraron un cadáver.

Éste era el del conde de Nieva, cuarto virrey del Perú, que había perecido obscura y traidoramente, sacrificado á la justa venganza de un esposo ofendido, cuyo nombre, según un cronista, era D. Rodrigo Manrique de Laraflients Licenciado Lope Garcia de Castro Aunque los restos del virrey fueron llevados á palacio antes de amanecer, y la Audiencia procuró hacer creer al pueblo que había fallecido repentinamente en su cama, por consecuencia de un ataque de apoplejía, la verdad del caso era sabida en todo Lima.

Este virrey, como su antecesor, fué sepultado con gran pompa en la iglesia de San Francisco.

La Real Audiencia siguió muy en secreto causa para castigar al asesino; pero resultando comprometidos altos personajes, tomó el prudente partido de echar tierra sobre el proceso y evitar así mayor escándalo.

«À luengas distancias, luengas mentiras,» dice el refrán. De suponerse es cuán abultada llegaría á España la noticia y los comentarios á que ella se prestó.

Felipe II resolvió entonces, mientras nombraba un nuevo virrey, enviar al licenciado D. Lope García de Castro con el título de presidente de la