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XI
Juicios literarios

XI tres grandes poetas argentinos contemporáneos. Cada uno sigue la magnífica senda de su índole.

Dejad á Ricardo Gutiérrez las profundas evoluciones del alına, las amarguras de la vida, los rudos dolores, las angustias inagotables cuyo término sólo existe en la fría soledad de las tumbas; campo infinito como el dolor, inmutable como la humana naturaleza (1).

Dejad á Encina las maravillosas adivinaciones del sentimiento; su espíritu robusto poctiza toda noción que adquiere, como este suelo tropical levanta á las nubes la planta nacida del impalpable germen. Todos los sueños, todas las vagas aspiraciones de la humanidad hacia un ideal divino han proyectado su sombra sobre esa inteligencia vigorosa que se ha retemplado en la lucha y que ha deslumbrado con brillo incomparable el día que una chispa de esperanza ha ido á alojarse en ella (2).

El aluna de Andrade debe haber animado el cuerpo de algún hombre primitivo, contemporáneo de los últimos y soberbios cataclismos de la naturaleza. El poeta, como Pitágoras, tiene la vaga reminiscencia de una vida anterior: recuerda las montañas que entreabren la tierra con su esfuerzo pujante y levantan sus crestas al cielo: cree oir los huracanes que estremecen el mar hasta las entrañas, y su mirada extática percibe aún las escenas ciclópens de ese génesis maravilloso. Allí beben su inspiración esos cantos viriles y enérgicos; allí so condensan esas imágenes graníticas que sobrecogen al que las mira de improviso (3).

Pero ninguno de ellos llena la misión del poeta americano, según la comprendía el doctor Gutiérrez: responden á un mundo moral que el cosmopolitisino de la sociabilidad argentina ha aclimatado en el Plata.

Los únicos trabajos de ese género, esencialmente americano y que el Sr. Palma ha llevado tan alto, pertenecen al doctor D. Vicente F. López y fueron escritos en su juventud. Supongo que será aquí bien conocida su preciosa y característica novela La novia del hereje. Inéditos é inacabados tiene aún los manuscritos de algunos romances de la misma índole, como El conde de Buenos Aires (título que el rey de España dió á D. Santiago Liniers por la defensa contra los ingleses); Martín I (apodo que daban los patriotas al jefe de la conspiración española para contrarrestar el movimiento revolucionario, personaje que, como diría Palma, trabó íntima relación con la ene de palo), y El capitán Vargas, episodios de la guerra de la Independencia. Más tarde, el doctor López se entregó á estudios scrios y profundos sobre este país, publicando su atrevido libro (1) La fibra salvaje.—El libro de las lágrimas, etc.

(2) Canto á Colón.—El arte.—La idea, etc.

(3) Prometeo.—El nido de cóndores.—El arpa perdida, etc.