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XII
Juicios literarios

Las razas arianas del Perú, y emprendió los admirables estudios históricos publicados bajo el nombre de Recuerdos del año XX. Los romances antes mencionados esperan la última mano, y desgraciadamente para las letras americanas tetno la esperen aún largo tiempo. El hijo del doctor López, Lucio Vicente López, apareció con estruendo en el mundo de las letras, ahora diez años, publicando su Canto al Cuzco, en el que revivía la vibrante poesía india tan poderosamente reflejada en el Ollantay. Luego se hizo abogado, hombre político, periodista, parlamentario de primer orden, y las musas, que habían juzgado innecesario hacerle rentus, so quedaron con un palmo de narices.

¡Honor, pues, á los leales! Y entre ellos, ¡honor máximo á RICARDO PALMA!

Acabo de releer la mayor parte de las tradiciones del inimitable narrador. Si á Ossián es necesario leerlo en la montaña, á Tennyson junto á un buen fuego en una confortable villa inglesa, á Beaumarchais en París y al Tasso en Florencia, sostengo que á Palma hay que leerlo en Lima.

Para el extranjero, el teatro casi no ha cambiado. No conozco una ciudad que tenga un colorido más americano que ésta. Dios se lo conserve, para reposar la mirada de aquellos patiches europeos que se llaman Valparaíso, Santiago ó Buenos Aires.

En cuanto a los personajes, fijad un poco la atención y la mirada hasta que los ojos adquieran aquella potencia óptica que, en la leyenda alemana, hace salir las figuras de las telas y animarse los mármoles y bronces, y veréis encarnarse el personaje tradicional y pasearse con toda tranquilidad por esta noble ciudad de los reyes.

Ese es mi encanto en los libros de Palma.

La limeña que vuelve tarumba al virrey en persona con una mirada ó un chiste, la he visto ayer salir de Santo Domingo con los ojos como ascuas bajo el encaje del manto, con un pie capaz de desaparecer en la juntura de dos piedras y aquel andar que hubiera hecho persignarse al mismo San Antonio.

Todos viven: el reverendo padre franciscano, redondo, satisfecho, regordeto, con la unción en el semblante que da la digestión tranquila; el zambito físico, paquete, sonriente y decidor; el indio, paciente y manso; todos viven, repito; pero..... ¡me falta el virrey!

Y yo amo al virrey, cuando es genuino, legítimo, sin mezcla, cuando es virrey del Perú, en una palabra, y no aquella falsificación que se llamó virrey del Río de la Plata, venido a la vida en 1776, cuando los mismos reyes empezaban á liar petates y los criollos á tener veleidades de libre cambio, libertad de prensa y demás paparruchas que nos cayeron encima junto con la patria.