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Tradiciones peruanas

desaparecer su fortuna en banquetes espléndidos y en regalos á sus amigos de la nobleza. En cuanto á hacer obras de caridad y dar limosnas para el culto divino, como lo había jurado, no hay para qué empeñarse en probar que así pensó en elló como en inventar la brújula. «El que en gastos va muy lejos, no hará casa con azulejos,» dice el refrán, ó lo que es lo mistno, «el que gasta á chorro, poco luce el morro. » Llegó á la postre un día en que se vió per istam, y entonces se acordó de su compadre el cacique de Mansiche. Emprendió viaje á Trujillo, y avistándose con D. Antonio, le dijo:

—Compadre Antonio, estoy arruinado.

—No me extraña la nueva, compadre Garci—Gutiérrez. Lo barrunté desde que al cabo de tantos años, es ahora cuando se le ha venido á las mientes el santo de mi nombre. ¿Y en qué puedo servirlo, señor compadre?

—Dándome la huaca del Peje grande.

—No estoy loco todavia y no hablemos más de ello. Mi secreto irá conmigo á la tumba.

Garci—Gutiérrez suplicó, lloró y apeló á todo recurso; pero sus esfuerzos se estrellaron ante la estoica tenacidad del indio. Después de tres meses de lucha, el ex buhonero perdió la esperanza de ablandar las entrañas de roca de su compadre, y volvió á Lima confiado en la largueza de su primo el virrey. Pero la fortuna volvía la espalda á Garcí—Gutierrez, Hacía una semana que su excelencia había partido para España.

Nuestro hombre no conocía el mundo. Ignoraba que en los días de prosperidad abundan los amigos y que en las horas de la desgracia desaparecen. Al verlo pobre, sus antiguos compañeros de festines le huían miserablemente; y como Garci—Gutiérrez había renegado de su origen, se encontró también justamente despreciado por los plebeyos.

Hastiado por las decepciones, enfermo del alma y del cuerpo, viejo ya y sin fuerzas para el trabajo, Garci—Gutiérrez obtuvo por caridad una celda y un pan en el convento de los buenos padres franciscanos.

IV

Los historiadores están uniformes en que Atahualpa ofreció á Pizarro pagarle en oro su rescate. Al efecto, el Inca envió emisarios por todo el imperio; y ya existía depositada en Cajamarca gran parte del rescate, cuando l'izarro se decidió á manchar su gloria dando muerte al soberano.

Tan luego como tuvieron noticia de este critnen muchos de los emisarios, que se hallaban en camino para Cajamarca, resolvieron enterrar los tesoros de que eran conductores.