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Ricardo Palma

ridos; y á tal edad, muchacha de buen palmito y sin noviazgo ó quebradero de cabeza, es punto menos que imposible. En vano su padre la tenia bajo la custodia de una dueña quintañona, más gruñidora que mastín de hortelano é incólume hasta de la sospecha do haberse ejercitado en los días de su vida en zurcir voluntades. ¡Bonita era doña Circuncisión para tolerar trapicheos, ella que cumplía con el precepto todas las mañanas y que comulgaba todos los domingos!

Pero Violante tenía un hermano nombrado D. Sebastián, oficial de la escolta del virrey, el cual hermano se trataba íntimamente con el capitán de escopeteros Rui Díaz de Santillana; y como el diablo no busca sino pretexto para perder á las almas, aconteció que el capitancito se le entró por el ojo derecho á la niña y que hubo entre ambos este dialoguito:

Hay quien nos escuche?—No.

Quieres que te digal—Di.

Tieues un amante?—¡Yo!

—¿Quieres que lo sea?—Si.

La honrada doña Circuncisión acostumbraba cada noche hacerse leer por su pupila la vida del santo del día, rezar con ella un rosario cimarrón mezclado de caricias al michimorrongo, y en oyendo á las nueve las campanadas de la queda, apurar una jícara de soconusco acompañada de bizcochos y mantecados. Pero es el caso que Violante se daba trazas para, al descuido y con cuidado, echar en el chocolate de la dueña algunas gotas de extracto de floripondios, que producían en la beata un sueño que distaba no mucho del eterno. Así, cuando ya no se movía ni una paja en la casa ni en la calle, podía el capitán Rul Díaz, con auxilio de una escala de cuerda, penetrar en el cuarto de su amada sin teinor á importuna sorpresa de la dueña.

Madre, la mi madre, iguardas me poneis?

Si yo no me guardo no me guardaréis,» dice una copla antigua, y á fe que el poeta que la compuso supo dónde tenía la mano derecha y lo que son femeniles vivezas. Y ya sabemos que Cuando dos que se quieren se ven solitos, se hacen unos cariños muy rebonitos.

En la noche de mayo de que hablarnos al princípio, apenas acabó el galán de escalar el balcón, cuando un acceso de tos lo obligó állovar á la