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Tradiciones peruanas

boca su pañuelo de batista, retirándole al instante teñido en sangre, y cayendo desplomado en los brazos de la joven.

No es para nuestra antirromántica pluma pintar el dolor de Violante.

Mal huésped es un cadáver en la habitación de una noble y reputada doncella.

La hija de Rivera el Mozo pensó, al fin, que lo primero era esconder su falta á los ojos del anciano y orgulloso padre; y dirigiéndose al cuarto de su hermano D. Sebastián, entre sollozos y lágrimas lo informó de su comprometida situación.

D. Sebastián principió por irritarse; mas, calmándose luego, se encaminó al cuarto de Violante, echó sobre sus hombros al muerto, se descolgó con él por la escala del balcón, y merced á la obscuridad y á que en esos tiempos era difícil encontrar en la calle alma viviente después de las diez de la noche, pudo depositar el cadáver en la puerta de la Concepción, cuya fábrica estaba en ese año muy avanzada.

Vuelto á su casa, ayudó á su hermana á lavar las baldosas del balcón, para hacer desaparecer la huella de la sangre; y terminada tan conveniente faena, la dijo:

—¡Ira de Dios, hermana! Por lo pronto, sólo el cielo y yo sabemos tu secreto y que has cubierto de infamia las honradas canas de Rivera el Mozo. Apréstate para encerrarte en el convento si no quieres morir entre mis manos y llevar la desesperación al alma de nuestro padre.

En aquellos tiempos se hilaba muy delgado en asuntos de honra.

Y en efecto, algunos días después Violante tomaba el velo de novicia de la Encarnación, única congregación de monjas que por entonces existía en Lima.

Y por más honrar en la persona de su hija al caballero santiagués, asistió á la ceremonia como padrino de hábito el virrey del Perú, conde de Villardompardo.

No será fuera de oportunidad apuntar aquí que, á la muerte de Rivera el Mozo, fué demolida la casa, edificándose en el terreno la famosa cárcel de la Inquisición, tribunal que hasta entonces había funcionado en la casa fronteriza á la iglesia de la Merced.

II

Echemos, lector, el obligado parrafillo histórico, ya que incidentalmente nombramos al conde de Villardompardo, á quien las traviesas limeñas llamaban el Temblecón, aludiendo a la debilidad nerviosa de sus manos.