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Ricardo Palma

hice de su persona; pues se deja entender lo que se podrá decir y juzgar de relación tan incierta, y esto en quien ha recibido de mí tantas mercedes y honra. Y de su respuesta y demostración que hiciere me avisaréis. » Citado Santo Toribio, compareció ante la Real Audiencia, presidida por el virroy, y oyó de pie la lectura de la tremenda filípica. Terminada ésta, dijo el arzobispo:

—Enojado estaba nuestro roy! Sea por ainor de Dios! ¡Satisfacémosle, satisfacémosle, satisfacémosle!

Tal fue la última querella del arzobispo Toribio de Mogrovejo con el poder civil.

V

Nos creemos obligados á terminar esta tradición con una breve noticia biográfica del prelado.

Toribio Alfonso de Mogrovejo nació en Mayorga, ciudad del antiguo reino de León en España, y entró en Lima con el carácter de arzobispo el 24 de mayo de 1581. Acompañáronlo su hermana doña Grimanesa y el marido de ésta D. Francisco Quiñones, que fué corregidor y alcalde del cabildo y que, bajo el gobierno del marqués de Salinas, pasó con tropas á Chile para sofocar una insurrección de los araucanos.

Hizo tres visitas diocesanas y celebró tres concilios provinciales, siendo uno de ellos muy borrascoso por una cuestión que promovió el obispo del Cuzco, D. Sebastián de Lartahun, apoyado por los obispos del Tucumán y Charcas.

Fundó el monasterio de Santa Clara, y erigió las capillas de las Divorciadas y Copacabana con una casa de asilo para mujeres.

La caridad de Mogrovejo fué verdaderamente ejemplar. No sólo agotaba sus recursos para socorrer á los necesitados, sino que aun recurría á la fortuna de su hermana. Una ocasión, no teniendo que dar, regaló el candelabro de plata de su dormitorio, quedándose el arzobispo con la bujía en la mano. A doña Grimanesa y á su marido les hacían poca gracia las larguezas del deudo, y por más que lo intentaban, no conseguían nunca atarlo corto.

Una curiosa anécdota de su ilustrisima. Cierta noche pasaba con un familiar por la puerta del palacio del virrey. El centinela dió la voz de —Alto! ¿Quién vive?

—Toribio—contestó el prelado.

—Qué Toribio?

—El de la esquina.

Con esta respuesta salió el oficial de mal talante á reconocer al bur-