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Ricardo Palma

tribuyeron á la organización del virreinato. Trasladado del gobierno de Méjico al del Perú, y habiendo sido antes presidente de la casa de Contratación en Sevilla, hizo su entrada en Lima el 21 de diciembre de 1607.

Eran sus armas las de la casa de Luna. Escudo cortado: en la parte superior, en plata, una luna jaquelada de oro y azur: en la parte inferior, escaques de oro y azur formando un tablero de ajedrez.

Empezó su excelencia consagrándose al arreglo de las oficinas de hacienda, donde las cuentas andaban dadas al diablo; y tanto hincapié hizo en ello que logró enviar fuertes remesas de dinero al soberano, quien estaba siempre en pos de un maravedí para completar un duro. Por esta solicitud llamáronlo los limeños despensero del rey, apodo del que se enorgullecía el buen marqués.

Grande fué la protección que el de Montesclaros dispensó á la industria minera. La producción de Huancavelica sólo alcauzaba á 900 quintales de azogue al año, y en 1615, cuando descendió del poder, excedía de 8.000 quintales.

A pocas leguas del puerto de Chala descubrióse una rica mina de oro, de veintitrés quilates, la cual fué bautizada con el nombre de Montesclaros. Trabajóse por cuenta del rey de España, y es faina que produjo su laboreo quince arrobas de oro al mes. Un derrumbe destruyó la entrada al socavón.

El comercio tuvo también mucho auge con el establecimiento del tribunal del Consulado, contribuyendo á este prestigio algunos viajos que, por la vía de Magallanes, hicieron buques con mercaderías.

Dispensó el rey gran consideración á los artesanos, y dictó varias ordenanzas en protección de ellos y de sus industrias.

Creó escuelas para niños pobres, impuso el derecho de sisa, y concluyéronse la Alameda de los Descalzos y los puentes de Lima y de la villa de Huaura.

En 1612 hízose en Lima, por el padre Francisco Bejarano, el primer grabado en acero. Fué éste una lámina representando el túmulo que se erigió para las suntuosas exequias con que en la capital del virreinato se honró la memoria de Margarita de Austria.

Las costumbres de la época eran un tanto relajadas. Los habitantes de Lima pensaban sólo en la disipación y los placeres. La ciudad, destruída casi por el terremoto de 1609, se levantaba de sus ruinas más arrogante, y construían casas espléndidas.

El de Montesclaros quiso ponerlas á raya y sostuvo cruda lid con las tapadas; pero ellas, que supieron vencer á los graves padres del concilio limense, hicieron on breve cejar al virrey, quien se limító á encargar á los Тоио I 13