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Ricardo Palma

extremado laconismo, del combate, al cual sólo consagra en el canto V esta gongorina octava:

Y surcará Spitberg este oceano en hombres fuerte, en velas numeroso; contra él pronto armamento peruviano el gran marqués destinará celoso; fluctuante campo á choque más que humano dará vecino gulfo, en que hazañoso cederá el español; mas sin victoria se aliará con la pérdida la gloria.» Palomeque de Aluendín hallábase sobre la cubierta de la aliniranta holandesa, batiéndose como un bravo, en el momento en que, reforzados los piratas, obligaron á los nuestros á refugiarse en la capitana, que principiaba á arder. El valeroso Aluendín se vió acosado por tres tarineros que le impedían volverá su nave Entonces retrocedió, cogió un tambor que habia en la popa, y encomendándose á la Virgen del Rosario, arrojóse al mar, haciendo de la caja de guerra un salvavida.

Llegó la noche, y Aluendín, sosteniéndose en el tambor, nadaba cuanto le era posible, impulsándolo las olas sobre la playa. En ella lo encontraron al día siguiente, privado de sentidos y con las manos crispadas en las cuerdas del tambor holandés.

Palomeque de Aluendín trajo á Lima, como botín de guerra, el tambor que á bordo de la almiranta servía para congregar á los piratas, tambor al que, sea dicho de paso, debia su milagrosa salvación.

Aluendín hizo una suntuosa fiesta á la Virgen del Rosario en la iglesia de los padres dominicos, y en conmemoración del milagro permaneció durante muchos años el tambor á los pics de la dulce Maire del Amor Eterno.

Así eran nuestros abuelos. Nada hacían sin encomendarso á Dios ó á la Virgen. Hasta los ladrones y los asesinos fiaban en la protección de algún santo, al que, cuando salían bien librados do su criminal empresa, agasajaban con cirios y misas. ¿Quién ignora que todos los bandidos usaban reliquias al cuello, que recitaban la oración llamada del Justo Juez y que reconocían por abogada y valedora á la Virgen del Carmen?

Entonces se creía. Para el bien y para el mal se buscaba, ante todo, la protección del cielo. Hoy hemos eliminado á Dios, porque nuestra fatuidad