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XVI
Juicios literarios

pio de mi juventud, me había parecido un hermoso sueño irrealizable estar fronte á frente con el poeta de las Armonías, de quien me sabía desde niño aquello de ¡Parto, oh patria, desterrado!

De tu ciclo arrebolado mis miradas van en pos.

Y en la estela que riela sobre la faz de los mares ¡ay! envió á mis hogares un adiós, y con el autor de tanta famosa tradición cuyo nombre ha alabado la prensa del mundo, desde el Figaro de París hasta el último de nuestros periódicos. Y veía que el ogro no era tal ogro, sino un corazón bondadoso, una palabra alentadora y lisonjera, un conversador jovial, un ingenio en quien, con harta justicia, la América ve una gloria suya, En sus juicios literarios se dejan ver sus conocimientos del arte y su fina percepción estética. Él es deci‹lido afiliado á la corrección clásica, y respeta á la Academia. Pero comprende y admira el espíritu nuevo que hoy anima á un pequeño, pero triunfante y soberbio grupo de escritores y poetas de la América española: el modernismo. Conviene á saber: la elcvación y la demostración en la crítica, con la prohibición de que el maestro de escuela anodino y el pelagogo chascarrillero penetren en el templo del arte; la libertad y el vuelo; el triunfo de lo bello sobre lo preceptivo, en la prosa, y la novedad en la poesía; dar color y vida y aire y flexibili dad al antiguo verso que sufría anquilosis, apretado entre tomados mokles de hierro. Por eso él, el impecable, el orfebre buscador de joyas viejas, el delicioso anticuario de frases y refranes, aplaude á Díaz Mirón, el pode roso, y á Gutiérrez Nájera, cuya pluma aristocrática no escribe para la burguesía literaria, y á Rafael Obligado, y á Puga Acal, y al chileno Tondreau, y al salvadoreño Gavidia, y al guatemalteco Domingo Estrada.

Deleita oir á Palma tratar de asuntos filosóficos y artísticos, porque se advierte que en aquel cuerpo que se halla á las puertas de la ancianidad, corre una sangre viva y joven, y en aquella alma arde un fuego sagrado, que se derrama en claridades de nobilísimo entusiasmo.

Es la primera figura literaria que hoy tiene el Perú, junto con mi querido amigo el poeta Márquez, insigne traductor de Shakespeare. Y á propósito de poetas, en una de sus cartas me decía una vez D. Ricardo: «Yo no soy pocta.» Ante esta declaración, no hice sino recordar su magistral traducción de Victor Hugo, donde aparece, formidable y aterrador, aquel ojo que, desde lo infinito, está fijo mirando á Caín en todas partes. En