Página:Tradiciones peruanas - Tomo I (1893).pdf/21

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
XV
Juicios literarios

Luego me llevó á conocer todos los departamentos del edificio, el salón de pinturas y esculturas nacionales, el de lectura y los extensísimos de los libros y manuscritos. No pude menos que exclamar: «Rica Biblioteca!» Encendí la pólvora. Vino el regaño, pero no para mí; no apareció el ogro, sino el hombrecito vibrante y patriota: «¡Rica antes de que la destrozaran los chilenos! Cuando la ocupación, entraban los soldados ebrios á robarse los libros. ¡Vea usted, mi Sr. D. Darío, vea usted!» Se acercó á un estante y tomó un precioso incunable, en una de cuyas páginas estaba escrito, con letra de Palma, que el libro había sido coinprado en dos reales á un sollado de Chile. Me narraba atrocidades. Me dijo todo lo que había sufrido en los tiempos terribles. Y al oirle hablar todo nervioso, con voz conmovida, yo pensaba: A qué hora le llegará su turno á mi Cunto épico?» No le tocó.

XV Libros ingleses, libros alemanes, libros italianos y americanos, libros españoles, la vieja legión de clásicos y casi todos los autores modernos estaban en aquellas estanterías; y luego el amarillento archivo colonial, los cronicones vetustos, la vasta mina escabrosa de donde el brillante y original trabajador peruano saca á la luz del mundo literario el grano de oro sin liga, que resplandece con brillo alegre en sus tradiciones incomparables.

«Me da tristeza—me dijo que la parte americana sea tan pobre.» Y en efecto, hacían falta muchas notables obras chilenas, argentinas, venezolanas, colombianas, ecuatorianas y con especialidad centro—ainericanas. Recuerdo que entre los libros de Guatemala encontré algunos de autores cubanos. Batres Montífar, el príncipe de los conteurs en verso, estaba allí; pero no García Goyena, el egregio fabulista, honra de la América Central, aunque nacido en el Ecuador, Pasamos luego á un gran salón donde están los retratos de los presidentes del Perú, destacándose entre ellos el del general Cáceres, en su caballo guerrero de belfo espumoso y brava estampa.

Vi también el de aquel indio legendario que, correo de guerra, tomado por el enemigo, se comió las cartas que llevaba, antes que entregarlas, y murió fieramente.

Palma me explicaba todo, complaciente, afable, citando nombres y fechas, hasta que volvimos á su oficina, donde llama la atención en una de las paredes un gran cuadro formado con billetes de Banco y sellos de correo peruanos.

          • Mientras él me hablaba de sus nuevos trabajos y de que pensaba entrar en arreglos con un editor de Buenos Aires para publicar una edición completa de sus TRADICIONES PERUANAS, yo recordaba que, en el princi-