Página:Tradiciones peruanas - Tomo I (1893).pdf/248

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
242
Tradiciones peruanas

.240 La ordenanza de obrajes en protección de los infelices indios y la habilidad con que administró las rentas públicas, llegando á tener el Tesoro en vez de déficit un sobranto de medio millón, bastan para hacer la apología de este virrey.

Amagos piráticos, un terremoto que en 1664 arruinó á Ica pereciendo más de cuatrocientas personas, epidemias de tifus y viruela y los primeros disturbios de los herinanos Salcedo afectaron el ánimo del anciano y bondadoso virroy, ocasionándole la muerte en 1666. Su cadáver fué depositado en la iglesia de Santo Domingo.

Las armas de los Benavides eran: escudo cortado con un bastón de gu les y león linguado y coronado: bordura de plata con ocho calderas de sable.

Por entonces, los ricos mineros de Castrovirreina quisieron imitar el lujo, los caprichosos dispendios, las vanidosas fantasías y la manera de scr de los de Potosí y Laycacota. Las procesiones eran un incentivo para ello; y aquel año, que no podemos determinar con fijeza, eran grandes los preparativos que se hacían para la fiesta del Corpus.

Disputábanse el alfcrazgo ó prerrogativa de llevar el guión y de hacer los gastos de la fiesta y del banquete dos de los mineros más poderosos, criollo el uno y español el otro. Llegado el día de hacer la elección en Ca bildo triunfó el español por mayoría de un voto, y celebró su victoria con música y cohetes, exasperando así más si cabía al partido desairado.

La procesión fué suntuosa. Arcos formados de barras de plata se ostentaban en todo el tránsito, y las familias españolas se habían echado encima todo el baúl de alhajas y los mejores trapitos de cristianar, El alférez con la insignia de su cargo iba más orgulloso que la mitad y otro tanto. Vestía jubón y calzón corto de finísimo terciopelo azul, capa de caballero de Alcántara y sujeta al cuello por una cadena de oro una espléndida cruz de brillantes.

A poco andar de la procesión, asomó por una esquina el vencido criollo con un grupo de sus parciales, y se lanzó á arrebatar el guión de manos del alférez. Los españoles estaban prevenidos para el lance, y por arte de encantamiento salicron á relucir espadas, puñales y mosquetes. Los indios, igualmente armados, acudieron por las bocacallos, y empezó entre ambos partilos un sangriento combate. Claro es que todos peleaban alentados por los tres reyes del Oriente, vino, chicha y aguardiente.

Aun en nuestros republicanos tiempos han tenido lugar idénticas escenas en las fiestas religiosas de algunos pueblos, y aquí viene á cuento una historia auténtica y contemporánea.