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Ricardo Palma

No hace mucho que en Huancavelica, y para la fiesta de San Sebastián, se dividían los indios en dos partidos, y después de un combate á palos y de las víctimas consiguientes, el bando vencedor se llevaba la imagen del santo y atendía á su culto durante el año. Los vencidos guardaban su enojo para el año próximo, reforzaban sus filas, y casi siempre en la batalla salían vencedores. Hubo al fin un prefecto bastante ilustrado y enérgico, que prohibió la procesión. Los indios llevaron pocos días después ante el prefecto á San Sebastián con un recurso en la mano. El momorial estaba escrito en papel sellado, llevando por sumilla esta cuarteta.

«San Sebastián ante usta, con el debido respeto, pide revoque el decreto que promulgó el otro dia.p Diz que el prefecto estuvo tentado de proveer, para escarmiento de santos demagogos: San Sebastián á la cárcel; pero, pensándolo mejor, hizo regresar la efigie al templo y poner en chirona á los cabecillas. El decreto prefectual subsistió, y parece que no se han repetido los escándalos antiguos.

Este memorial de San Sebastián nos trao á la memoria el que dirigieron á un obispo dos mujeres, á quienes el nuevo cura de la parroquia suprimió de improviso el pago de una pensión alimenticia, que su antecesor, para apartarias de pecadero, les había asignado sobre el producto del cepillo de las ánimas. Decía así el memorial:

«Ilustrísimo señor:

Era el cura anterior un agnus Dei; pero puesto que el nuevo es un qui tollis y no es posible ya peccata mundi, señor obispo, miserere nobis.» Volvamos á la procesión del Corpus en Castrovirreina.

Algunos muertos y heridos contábanse ya de ambos bandos, sin que la ventaja de la lucha se pronunciase por ninguno. De pronto, el sacerdo te que llevaba el Santísimo cayó al suelo, mortalmente herido en el pecho. Una bala, destrozando un rayo de oro de la custodia, lo había atravesado.

La consternación fue general, el espanto se apoderó de los ánimos, cesú el combate y los indios se dispersaron.

Y como si un anatema del cielo hubiera caído sobre Castrovirreina, empezó la desolación del asiento. Unas minas se derrumbaron, otras dieron en agua, y para colmo de desdichas una epidemia que los naturales