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Ricardo Palma

sentó ante ella un hombre, apoyado en un bastón, cubierto el cuerpo con un largo poncho de bayeta y la cabeza por un ancho y viejo sombrero de fieltro. El extranjero era un joven de veinticinco años, y á pesar de la ruindad de su traje, su porte era distinguido, su rostro varonil y simpático y su palabra graciosa y cortesana.

Dijo que era andaluz, y que su desventura lo traía á tal punto, que se hallaba sin pan ni hogar. Los vástagos do la hija de Pachacutec le acordaron de buen grado la hospitalidad que demandaba.

Así transcurrieron pocos meses. La familia se ocupaba en la cría de ganado y en el comercio de lanas, sirviéndola el huésped muy útilmente.

Pero la verdad era que el joven español se sentía apasionado de Carmen, la mayor de las hijas de la anciana, y que ella no se daba por ofendida con ser objeto de las amorosas ansias del mancebo.

Como el platonicismo, en punto á terrenales afectos, no es eterno, llegó un día en que el galán, cansado de conversar con las estrellas en la soledad de sus noches, so espontaneó con la madre, y ésta, que había aprendido á estimar al español, le dijo:

—Mi Carmen te llevará en dote una riqueza digna de la descendiente de emperadores.

El novio no dió por el momento importancia á la frase; pero tres días después de realizado el matrimonio, la anciana lo hizo levantarse de madrugada y lo condujo á una bocamaina, diciéndole:

—Aqui tienes la dote de tu esposa.

La hasta entonces ignorada y después famosísima mina de Laycacota fué desde ese día propiedad de D. José Salcedo, que tal era el nombre del afortunado andaluz.

II

La opulencia de la mina y la generosidad de Salcedo y de su herinano D. Gaspar atrajeron en breve gran número de aventureros á Laycacota.

Oigamos á un historiador: «Ilabía allí plata pura y metales, cuyo beneficio dejaba tantos marcos como pesaba el cajún. En ciertos días se sacaron centenares de miles de pesos.» Estas aseveraciones parecerían fabulosas si todos los historiadores no estuviesen uniformes en ellas.

Cuando algún español, principalmente andaluz ó castellano, solicitaba un socorro de Salcedo, éste le regalaba lo que pudiese sacar de la mina en determinado número de horas. El obsequio importaba casi siempre por lo menos el valor do una barra, que representaba dos mil pesos.