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Ricardo Palma

cesión por escritura pública. Y de esta incuria han surgido, aun en tiempos de la república, litigios con los herederos de los conquistadores.

El general D. Juan de Urdánegui, caballero de Santiago, y creado marqués de Villafuerte por real cédula de 11 de noviembre de 1682, vino al Perú, con su esposa doña Constanza Luján y Recalde, por los años de 1674, y no sabemos cómo obtuvo derecho de propiedad sobre uno de aquellos lotes, que era precisamente el que hoy corresponde al gran patio donde están situadas la Caja fiscal y otras oficinas de Hacienda.

Era el de Villafuerte tertulio de su excelencia D. Melchor de Navarra y Rocafull, duque de la Palata, príncipe de Masa y marqués de Tola, á quien los limeños llamaban el virrey de los pepinos, aludiendo á un bando en que prohibió comer en la costa tan poco saludable fruta Presumía el virrey de no encontrar rival en el juego de revesino, que era para la sociedad lo que el tresillo ó rocambor en nuestros días. Entiendo que en ese juego hay un lance de compromiso y que pica el amor propio de un jugador, lance que se llama cortar el revesino.

Los que hacían la partida del duque evitaban siempre, por adulación ó cortesía, cortarle el revesino.

Además, el virrey tenía fama de ser hombre de poco aguante y de que la cólera se le subía al campanario con mucha facilidad. Véase esto que de él cuenta un cronista.

Por consecuencias del terremoto de 1687 perdiéronse las cosechas en los valles inmediatos á Lima, lo que produjo gran alza en el precio de los víveres. Su excelencia llamó á palacio (que, dicho sea de paso, estaba casi en escombros) á los principales agricultores, y obtuvo de ellos algunas concesiones en beneficio de los pobres, Tal vez tan paternal solicitud fué la que inspiró al poeta limeño Juan de Caviedes estos versos, con que da princípio á uno de sus más conceptuosos romances:

Excelentísimo duque que, sustituto de Carlos, engrandeces lo que en ti aun más que ascenso, es atraso.» Entre los concurrentes encontróse el hacendado más rico de Lima, que era un ganapán, barbaroto, testarudo y judaicamente avaro. En el exordio de la conferencia sacó el duque su caja de rapé, sorbió una narigada, quedóso con aquélla en la mano, y como su excelencia accionaba al hablar, creyó el palurdo que le brindaba un polvo, y sin más espera, metió índice y pulgar en la cajeta. Esta escena se repitió tres ó cuatro veces, y cuando todos los presentes convenían en abaratar los granos, el único que no amainaba era el villanote. El virrey, que hasta entonces había di simulado la llaneza con que aquel zamarro metía los dedos en la aristo.