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Ricardo Palma

Pues esta noche va usted á ver que yo soy ese guapo, y salga el sol por Antequera.

— Ni fia ni porfía, ni entres en cofradía—replicó el de Torreblanca,—y de aquí á la noche no hay siglos que esperar.

Como pocas veces estuvo aquel domingo concurrida la tertulia de palacio, que las palabras del de Villafuerte habían cundido atrayendo á los curiosos. Algo más de una hora llevaban los jugadores de manejar cartas cuando aconteció el lance. A su excelencia se le encendió el rostro, disiunuló un tanto, dejó transcurrir veinte minutos y dijo:

—Caballeros, basta de juego por hoy, que me siento con dolor de cabeza.

Y la tertulia se disolvió, Al otro día este era el suceso piramidal de que se ocupaba la sociedad limeña. Encontrábanse dos en la calle, y después del saludo decía uno:

—¡Hombre! ¿No sabe usted lo que hay de nuevo?

—¿Noticia de los piratas? Hasta los pelos estoy de mentiras, buenas y gordas—contestaba el otro.

¡Qué piratas ni qué niños envueltos! Guárdeme usted secreto. Lo que hay es que al virrey le han cortado anoche el revesino.

¡Hombre! ¿Qué me cuenta usted? No puede ser.

—Pues sí, señor, sí puede ser; y por más señas que el de la hazaña ha sido el marqués de Villafuerte. A mí me lo ha contado todo, en confianza, la mujer del sobrino del compadre dal repostero de palacio. Ya ve usted que no atestiguo con muertos.

—Caramba! La cosa es de mucho bulto; pero hay que creerla, porque quien se lo ha dicho á usted tiene por qué estar bien informada.

Y en los estrados, y en las gradas de la catedral, y en las tiendas no se habló de otro acontecimiento durante una semana. Hasta un fraile de Santo Domingo—fraile había de ser—compuso una pésima letrilla que anduvo de mano en mano por todo Lima, con el siguiente estribillo:

cal virrey de los pepinos le han cortado el revesino.» Picóse de todo ello el buen virrey, y se permitió algunos desahogos contra el irrespetuoso marqués de fresca data. Súpolo éste y no volvió á la tertulia del duque.

IV

Dos años después mandó el virrey promulgar un bando de buena policía.

Acostumbrábase llevar los caballos de estimación á bañarso y beber agua en los cuatro pilancones situados alrededor de la fuente de la plaza