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Tradiciones peruanas

del Callao. La reconciliación por parte del Sr. Liñán y Cisneros no fué sincera; pues dos años más tarde volvió á predicar presentando al virrey como enemigo de la Iglesia y como hombre que, con su ordenanza en daño de la bolsa de los curas, atraía sobre Lima el castigo del cielo.

Desde enero de 1687 frecuentes temblores tenían acongojados á los habitantes de Lima; pero en la madrugada del 20 de octubre hubo uno tan violento que derrumbó muchas casas y los vecinos corrieron á refugiarse en las plazas y templos. A las seis de la mañana repitióse el sacudimiento, que fué ya un verdadero terremoto, pues vinieron al suelo los edificios que habían resistido al primer temblor. Juan de Caviedes, el gran poeta limeño de ose siglo, nos pinta así los horroros de este cataclismo, de que fué testigo:

«¿Qué se hicieron, Lima ilustre, tus fuertes arquitecturas de templos, casas y torres como la fama divulga?

No quedó templu que al suelo no bajase, ni escultura sagrada de quien no fueran los techos violentas urnas.» Entre otras, la torre de Santo Domingo se desplomó, matando mucha gente. Todo era confusión y pánico, y sólo el virrey tenía serenidad de espíritu para tomar acertadas providencias en medio de la general tribulación, El 15 de agosto de 1689 fué el duque de la Palata relevado con el conde de la Monclova. Permaneció un año más en Lima, atendiendo á su juicio de residencia, y terminado éste se embarcó para España. Al llegar á Portobelo se sintió atacado de fiebre amarilla y murió el 13 de abril de 1690.

III

Prosigo con la tradición. Reunidos estaban un domingo, después de la misa mayor, en la celda de fray José Barraza, comendador de la Merced, los marqueses de Castellón, de Villarrubia de Langres, de Valleumbroso y de Villafuerte, con los condes de Cartago y Torreblanca y otros caballeros de hábito, murmurando amablemente de la presunción de su excelencia en no reconocer superioridad á nadie en el juego, El vizconde del Portillo, D. Agustín Sarmiento y Sotomayor, dijo:

—A mí no se me alcanza letra en el naipo; pero así ha de ser como lo dice el duque, pues no sé que hasta ahora haya habido quien le corte el revesino.

D. Juan de Urdanegui, marqués de Villafuerte, no aguantó la pulla, y contestó: