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Ricardo Palma

Entre sus compañeros de vicio había un joven marqués á quien los dados favorecían con tenacidad, y D. Fernando tomó á capricho luchar contra tan loca fortuna. Muchas noches lo llevaba á cenar á la casa de Evangelina, y terminada la cena, los dos amigos se encerraban en una habitación á descamisarse, palabra que en el tecnicismo de los jugadores tiene una repugnante exactitud.

Decididamente, el jugador y el loco son una misma entidad.

Si algo empequeñece, á mi juicio, la figura histórica del emperador Augusto es que, según Suetonio, después de cenar jugaba á pares y nones.

En vano Evangelina se esforzaba para apartar del precipicio al desenfrenado jugador. Lágrimas y ternezas, enojos y reconciliaciones fueron inútiles. La mujer honrada no tiene otras armas que emplear sobre el corazón del hombre amado.

Alis El conde de la Monclova vigésimo tercio virrey del Perú Una noche la infeliz esposa se encontraba ya recogida en su lecho, cuando la despertó D. Fernando pidiéndole el anillo nupcial. Era este un brillante de crecidísimo valor. Evangelina se sobresaltó; pero su marido calmósu zozobra, diciéndola que trataba sólo de satisfacer la curiosidad de unos amigos que dudaban del mérito de la preciosa alhaja.

¿Qué había pasado en la habitación donde se encontraban los rivales de tapete? D. Fernando perdía una gran suma, y no teniendo ya prenda que jugar, se acordó del espléndido anillo de su esposa.

La desgracia es inexorable. La valiosa alhaja lucía pocos minutos más tarde en el dedo anular del ganancioso marqués.

D. Fernando se estremeció de vergüenza y remordimiento. Despidióse el marqués y Vergara lo acompañaba á la sala; pero al llegar á ésta, volvió la cabeza hacia una mampara que comunicaba al dormitorio de Evangelina, y al través de los cristales vióla sollozando de rodillas ante una imagen de María