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Ricardo Palma

¿Qué pruebas exhibía el delator? No lo sabremos decir.

Instalado D. Pedro en el calabozo, se le presentó el juez á tomarle declaración y la respuesta del acusado fué:

—Señor alcalde, negar fuera obstinación cuando quien me acusa es Dios. Sólo á El, bajo secreto de confesión, he revelado mi delito. Siga usía, en representación de la justicia humana, causa contra mí; pero conste que entablo querella contra Dios.

Como se ve, las distinciones del reo eran un tanto casuísticas; pero encontró abogado—y lo maravilloso sería que no lo hubiese hallado—que se prestara á sostener juicio contra Dios. La chicana forense es tan fecunda!

Por lo mismo que la Real Audiencia procuró rodear de misterio el proceso, se hicieron públicos hasta sus menores incidentes y la causa fué el gran escándalo del siglo.

La Inquisición, que andaba de puntas con los jesuítas y buscándoles quisquilles, intentó meter la hoz en el asunto.

El arzobispo, el virrey, lo más granado de la sociedad limeña tomaron cartas en favor de la Compañía. Aunque el acusado lo sostuviera así, no presentaba más prueba que su dicho de que un jesuíta era el autor de la denuncia anónima y el revelador del secreto de confesión, instigado por la revocatoria del testamento.

Por su parte, el sobrino del vizcaíno reclamaba para sí solo la fortuna del matador de su tío, y los síndicos de las fundaciones exigían la validez del segundo testamento.

Todos los golillas perdían su latín y aquello era un batiburrillo de opiniones encontradas y extravagantes.

Y entretanto el escándalo cundía. Y no atinamos á discurrir hasta dlónde llevaba trazas de alcanzar, si minuciosaniente informado de todo S. M. D. Felipe V, no hubiera declarado por medio de una real cédula que, conviniendo al decoro de la Iglesia y á la moral de sus reinos, se abocaba con su Consejo de Indias el conocimiento y resolución de la causa, En consecuencia, D. Pedro Campos de Ayala marchó á España, bajo partida de registro, junto con el voluminoso proceso.

Y como era natural, tras él se fueron algunos de los favorecidos en el testamento á gestionar sus derechos en la corte.

Y la calma se restableció en esta ciudad de los reyes, y la Inquisición se distrajo preparándose á quemar á madama de Castro y la estatua y huesos del jesuíta Ulloa, ¿Cuál fué la sentencia ó sesgo que el sagaz Felipe V diera al proceso?

Lo ignoramos, pero puede suponerse que el rey apelaría á algún expediente conciliador para poner en paz á todos los litigantes, y es posible que al mismo reo le tocara algo del pan bendito ó indulgencia real TOMO I 19