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Tradiciones peruanas

güenza que pasaban de castaño claro. En cuanto a empinar el codo, frecuentaba las hermitas de Baco y bebía el zumo de parra con más ardor que los campos la lluvia del cielo; y en materia de tirarse de puñaladas, hasta con el gallo de la Pasión si le quiquiriqueaba recic, nada tenía que aprender del mejor baratero de Andalucía.

Retratado el protagonista, entremos sin más dibujos en la tradición.

II

Un velo fúnebro, parecía extenderse sobre la festiva ciudad de los reyes en los días 31 de enero y 1.° de febrero del año 1711. Las campanas tocaban rogativas, y grupos de pueblo cruzaban las calles siguiendo á algún sacerdote que, crucifijo en mano, recitaba salmos y preces. Y como si el cielo participara de la tristeza pública, negras nubes se cernían en el espacio.

Sepamos lo que traía tan impresionados los espíritus.

A las diez de la mañana del 20 de enero, un joven se presentó al cura del Sagrario, pidiendo se le permitiese buscar una partida de bautismo en los libros parroquiales. El buen cura, engañado por las decentes apariencias del peticionario, no puso obstáculo y lo dejó solo en el bautisterio.

Cuando nuestro hombre se persuadió de que no sería interrumpido, se dirigió resueltamente al altar mayor y se metió con presteza en el bolsillo un grueso copón de oro, en el que se hallaban ciento cincuenta y tres hostias consagradas. En seguida salió del templo y con paso tranquilo se encaminó á la Alameda. En el tránsito encontró á dos ó tres amigos que le preguntaron qué bulto llevaba en el bolsillo, y él contestó con aplomo:

«que era un almirez que había comprado de lance. » Hasta la mañana del 31, en que hubo necesidad de administrar el viático á un moribundo, no se descubrió la sustracción de la píxide. De imaginarse es la agitación que se apoderaría del católico pueblo; y el testimonio del párroco hizo recaer en Fernando de Chávez la sospecha de que él y no otro era el sacrílego ladrón.

Fernando anduvo á salto de mata, pues S. E. el obispo D. Diego Ladrón de Guevara, virrey del Perú, echó tras el criminal toda una jauría de alguaciles, oficiales y oficiosos.

III

El Ilmo. Sr. D. Diego Ladrón de Guevara, de la casa y familia do los duques del Infantalo, obispo de Quito y que antes lo había sido de Panamá y Guamanga, estaba designado por Felipe V en tercer lugar para gobernar el Perú en caso de fallecer el virrey marqués de Castel—dos—Rius.

Cuando murió éiste, en 1710, habían también pasado á mejor vida los otros