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MUERTA EN VIDA CRÓNICA DE LA ÉPOCA DEL VIGESIMO SEXTO Y VIGESIMO SÉPTIMO VIRREYES I Laura Venegas era bella como un sueño de amor en la primavera de la vida. Tenía por padre á D. Egas de Venegas, garnacha de la Real Audiencia de Lima, viejo más seco que un arenal, hinchado de prosopopeya, y que nunca volvió atrás de lo que una vez pensara. Pertenecía á la secta de los infalibles que, de paso sea dicho, son los más propensos á engañarse.

Con padre tal, Laura no podía ser dichosa. La pobre niña amaba locamente á un joven médico español llamado D. Enrique de Padilla, el cual, desesperado de no alcanzar el consentimiento del viejo, había puesto mar de por medio y marchado á Chile. La resistencia del golilla, hombre de voluntad de hierro, nacía de su decisión por unir los veinte abriles de Laura con los cincuenta octubres de un compañero de oficio. En vano Laura, agotando el raudal de sus lágrimas, decía á su padre que ella no amaba al que la deparaba por esposo.

—Melindres de muchacha!—la contestaba el flemático padre.—El amor se cría.

¡El amor se cría! Palabras que envenenaron muchas almas, dando vida más tarde al remordimiento. La casta virgen, fiada en ellas, se dejaba