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Tradiciones peruanas

dario. Si se hubieran de expresar todos los incidentes y tropiezos que se ofrecieron posteriormente al gobierno con el arzobispo, se formaría un volumnen ó historia de mucho bulto.» Y prosigue el conde de Superunda narrando la famosa querella del quitasol ó baldaquino, en la procesión de la novena de la Concepción, que tuvo lugar por los años de 1752. No cumpliendo ella á nuestro propósito, preferimos dejarla en el tintero y contracrnos á la última cuestión entre el representante de la corona y el arzobispo de Lima.

Práctica era que sólo cuando pontificaba el metropolitano se sentase bajo un dosel inmediato al del virrey, y para evitar que el arzobispo pudiera sufrir lo que la vanidad calificaría do un desaire, iba siempre á palacio un familiar la víspera de la fiesta, con el encargo de preguntar si su excelencia concurriría ó no á la fiesta.

En la fiesta de Santa Clara, monasterio fundado por Santo Toribio de Mogrovejo y al que legó su corazón, encontró Manso el medio, infalible en su concepto, de humillar á su adversario, contestando al mensajero que se sentía enfermo y que por lo tanto no concurriría á la función.

Preparáronse sillas para la Real Audiencia, y á las doce de la mañana se dirigió Barroeta á la iglesia y se arrellanó bajo el dosel; mas con gran sorpresa vió poco después que entraba el virrey, precedido por las distintas corporaciones.

¿Qué había decidido á su excelencia á alterar así el ceremonial? Poca cosa. La certidumbre de que su ilustrísima acababa de almorzar, en presencia de legos y eclesiásticos, una tísica ó robusta polla en estofado, que tanto no se cuidó de averiguar el cronista, con su correspondiente apendice de bollos y chocolate de las monjas.

Convengamos en que era durilla la posición del arzobispo, que sin echarse á cuestas lo que él creía un inmenso ridículo, no podía hacer bajar su dosel. Su ilustrísima se sentía tanto más confundido, cuanto más altivas y burlonas eran las miradas y sonrisas de los palaciegos. Pasaron así más do cinco minutos sin que diese principio la fiesta. El virrey gozaba en la confusión de Barroeta y todos veían asegurado su triunfo. La espada humillaba á la sotana.

Pero el bueno del virrey hacía su cuenta sin la huéspeda, ó lo que es lo mismo, olvidaba que quien hizo la ley hizo la trampa. Manso habló al oído de uno de sus oficiales, y ésto so ncercó al arzobispo manifestándole en nombre de su excelencia cuán extraño era que permaneciese bajo dosel y de igual á igual quien no pudiendo celebrar misa, por causa de la consabida polla del almuerzo, perdía el privilegio en cuestión. El arzobispo se puso de pie, paseó su mirada por el lado de los golillas de la Audiencia y dijo con notable sangre fría: