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Ricardo Palma

Cuando le pasó á éste la estupefacción se dirigió al palacio arzobispal, y respetuosamente se querelló ante su ilustrísima de que, á presencia de la comunidad, le hubiera impuesto silencio.

Lejos, muy lejos—le contestó Barroeta—estoy de ser grosero con nadie, y menos con su reverencia, á quien estimo. ¿Cuáles fueron mis palabras?

—Su ilustrísima interrumpió mis descargos diciéndome: «¡Calle, calle, calle!» —Bendito de Dios! ¿Qué pedían los frailes? ¿Calle? Pues déles calle su reverencia, déjelos salir á la calle y lo dejarán en paz. No es culpa mía que su paternidad no me entendiera y que tomara el ascua por donde queina.

Y el provincial se despidió, satisfecho de que en el Sr. Burrocta no hubo propósito de agravio.

Fué este arzobispo aquel de quien cuentan que al salir del pueblo de Mala, lugarejo miserable y en el que su ilustrísima y comitiva tuvieron que conformarse con mala cena y peor lecho, exclamó:

«Entre médanos de arena, para quien bien se regala, no tiene otra cosa Mala que tener el agua buena.

Y para concluir, vaya otra agudeza de su ilustrísima.

Parienta suya era la marquesa de X..... y persona cuyo empeño fué siempre atendido por el arzobispo. Interesóse ésta un día para que confiriese un curato vacante á cierto clérigo su protegido. Barroeta, que tenía poco concepto de la ilustración y moralidad del pretendiente, desairó á la marquesa. Encaprichóse ella, acudió á España, gastó largo, y en vez de curato consiguió para su ahijado una canonjía metropolitana. Con la real cédula en mano, fué la marquesa á visitar al arzobispo y le dijo; —Sr. D. Pedro, el rey hacc canónigo al que usted no quiso hacer cura.

—Y mucho dinero le ha costado el conseguirlo, señora marquesa.

—Claro está—contestó la dama; pero toda mi fortuna la habría gastado con gusto por no quedarme con el desaire en el cuerpo.

—Pues, señora mía, si su empoño hubiera sido por canonjía, de balde se la hubiera otorgado; pero dar cura de almas á un molondro..... nequaquam. El buen párroco necesita cabeza, y para ser buen canónigo no so necesita poseer más que una cosa buena.

—¿Qué cosa?—preguntó la marquesa.

—Buenas posaderas para repantigarse en un sillón del coro.

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