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Tradiciones peruanas

Pues mañana irás á la otra esquina por ellos.

—Segurito, señor, y ha de llegar día en que tenga que ir á buscarlos á Jetafe.

Contado el origen del infantil juego de los huevos, paréceme que puedo dejar en paz al virrey y seguir con la tradición.

IV

Dice un refrán que la mula y la paciencia se fatigan si hay apuro, y lo misino pensamos del amor. Benedicta y Aquilino se dieron tanta prisa que, medio año después de la escapatoria, hastiado el galán so despidió á la francesa, esto es, sin decir abur y ahí queda el queso para que se lo almuercen los ratones, y fué á dar con su humanidad en el Cerro de Pasco, mineral boyante á la sazón. Benedicta pasó días y semanas esperando la vuelta del humo ó, lo que es lo mismo, la del ingrato que la dejaba más desnuda que cerrojo; hasta que, convencida de su desgracia, resolvió no volver al hogar de la tía, sino arrendar un entresuelo en la calle de la Alameda.

En su nueva morada era por demás misteriosa la existencia de nuestra gatita. Vivía encerrada y evitando entrar en relaciones con la vecindad. Los domingos salía á misa de alba, compraba sus provisiones para la semana y no volvía á pisar la calle hasta el jueves, al anochecer, para entregar y recibir trabajo. Benedicta era costurera de la marquesa de Sotoflorido con sueldo do ocho pesos semanales.

Pero por retraída que fuese la vida de Benedicta y por mucho que al salir rebujase el rostro entre los pliegues del manto, no debió la tapada parecerle costal de paja á un vecino del cuarto de reja, quien dió en la flor, siempre que la atisbaba, de dispararla á quemarropa un par de chicoleos, entremezclados con suspiros capaces de sacar de quicio á una estatua de piedra berroqueña.

Hay nombres que parecen una ironía, y uno de ellos era el del vecino Fortunato, que bien podía, en punto á femeniles conquistas, pasar por el más infortunado de los mortales. Tenía hormiguillo por todas las muchachas de la feligresía de San Lázaro, y así se desmorecían y ocupaban ellas de él coino del gallo de la Pasión que, con arroz graneado, ají, mirasol y culantrillo, debió ser guiso de chuparse los dedos.

Era el tal—no el gallo de la Pasión, sino Fortunato —lo que se conoce por un pobre diablo, no mal empalillado y de buena cepa, como que pasaba por hijo natural del conde de Pozosdulces. Servía de amanuense en la escribanía mayor del gobierno, cuyo cargo de escribano mayor era desempeñado entonces por el marqués de Salinas, quien pagaba á nuestro joven veinte duros al mes, le daba por pascua del Niño Dios un decente aguinaldo, y