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Ricardo Palma

Y se puso á la obra, y desenterró poco más de doscientas peluconas, de esas que bajo el Indiae et Hispaniarum Rex lucían el busto de Carlos III ó Carlos IV.

IV

Román volvió á habilitar la tienda, y su comercio de platería marchó viento en popa. Aleccionado por los días de penuria, puso coto á los derroches de su mujer, cuyo carácter, por milagro sin duda de la Divina Providencia, para quien no hay imposibles, mejoró notablemente.

Ovillitos enfermó de gravedad al descubrir que su tesoro se había convertido en pájaro y volado del encierro. El infeliz ignoraba que el dinero no es monje cartujo que gusta de estar guardado y criar moho, y que es un libertino que se desvive por andar al aire libre y de mano en mano.

Mendigos ha habido en todos los tiempos que á su muerte han dejado un caudal decente.

Román murió, ya en los tiempos de la república, repartiéndose entre sus herederos una fortuna que se estimó en más de cien mil pesos.

Una de las cláusulas de su testamento, que hemos leído, señala durante veinticinco años la suma de treinta pesos al mes para misas en sufragio del alma de Ovillitos.

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