EL VIRREY DE LA ADIVINANZA CRÓNICA DE LA ÉPOCA DEL TRIGÉSINO OCTAVO VIRREY DEL PERÚ Preguntábamos hace poco tiempo á cierto anciano amigote nuestro sobre la edad que podría contar una respetable matrona de nuestro conocimiento; y el buen viejo, que gasta más agallas que un ballenato, nos dijo después de consultar su caja de polvillo:
—Yo le sacaré de curiosidad, señor cronista. Esa señora nació dos años antes de que se volviera á España el virrey de la adivinanza..... Conque ajuste usted la cuenta.
La respuesta nada tenía de satisfactoria; porque así sabíamos quien fué el susodicho virrey, como la hora en que el goloso padre Adán dió el primer mordisco á la agridulce manzana del Edén.
—¿Y quién era ese señor adivino?
—Hombre! ¿No lo sabe usted? El virrey Abascal, ese virrey á quien debe Lima su cementerio general y la mejor escuela de medicina de América, y bajo cuyo gobierno se recibió la última partida de esclavos africanos, que fueron vendidos á seiscientos pesos cada uno.
Pero por más que interrogamos al setentón nada pudimos sacar en limpio, porque él estaba á obscuras en punto á la adivinanza. Echámonos á tomar lenguas, tarea que nos produjo el resultado que verá el lector, si tiene la paciencia de hacernos compañía hasta el fin de este relato.
I
¡FORTUNA TE DE DIOS!
Cucutan que el asturiano D. Fernando de Abascal era en sus verdes años un hidalgo segundón, sin más bienes que su gallarda figura y una rancia ejecutoria que aprobaba siete ascendencias de sangre azul, sin mezcla de moro ni judío. Viéndose un día sin blanca y aguijado por la necesidad, entró como dependiente de mostrador en una á la sazón famosa hostería de Madrid contigua á la Puerta del Sol, hasta que su buena estrella le deparó conocimiento con un bravo alférez del real ejército, apellidado Valleriestra, constante parroquiano de la casa, quien brindó á Fernan-