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Tradiciones peruanas

Fué el caso que una mañana encontraron privados de sentido y echando espumarajos por la boca á dos centinelas do un bastión ó lienzo de muralla fronterizo á Bellavista. Eran los talos dos gallegos crudos, mozos de letras gordas y de poca sindéresis, tan brutos como valientes, capaces de derribar á un toro de una puñada en el testuz y de clavarle una bala en el hueso palomo al mismísimo gallo de la Pasión; pero los infelices eran hombres de su época, es decir, supersticiosos y fanáticos hasta dejarlo de sobra.

Vueltos en sí, declaró unc de ellos que á la hora en que Pedro negó al Maestro se le apareció como vomitado por la tierra un franciscano con la capucha calada, y que con aquella voz gangosa que diz que se estila en el otro barrio le preguntó: «Hermanito! ¿Pasó la monja?» El otro soldado declaró, sobre poco más o menos, que á él se le había aparecido una mujer con hábito de monja clarisa y dichole: «Hermanito!

¿Pasó el frailc?»» Ambos añadieron que no estando acostumbrados á hablar con gente de la otra vida, se olvidaron de la consigna y de dar el quién víve, porque la carne se les volvió de gallina, se les erizó el cabello, se les atravesó la palabra en el galillo y cayeron redondos como troncos.

D. Ramón Rodil para curarlos de espantos les mandó aplicar carrera de baquetas.

El castellano del Real Felipe, que no tragaba ruedas de molino ni se asustaba con duendes ni demonios coronados, dióse á cavilar en los fantasmas, y entre ceja y ceja se le encajó la idea de que aquello trascendia de á legua á embuchado revolucionario. Y tal maña dióse y á talos expedientes recurrió, que ocho días después sacó en claro que fraile y monja no eran sino conspiradores de carne y hueso que se valían del disfraz para acercarse á la rouralla y entablar por medio de una cuerda cambio de cartas con los patriotas.

Era la del alba, cuando Rodil en persona ponía bajo sombra en la casamata del castillo una docena de sospechosos y á la vez mandaba fusilar al fraile y á la monja, dándoles el habito por mortaja.

Aunque á contar de ese día no han vuelto fantasmas á peregrinar ó correr aventuras por las murallas del hoy casi destruído Real Felipe, no por eso el pueblo, dado siempre á lo sobrenatural y maravilloso, deja de ercer á pie juntillas que el fraile y la monja vinieron al Callao en tren directo y desile el país de las calaveras, por solo el placer de dar un susto mayúsculo al par de tagarotes que hacían centinela en el bastión del castillo.

FIN DEL TOMO PRIMERO