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Tradiciones peruanas

Muchas veces se puso á la obra; pero descontento de la ejecución arrojaba la paleta y rompía el lienzo. Mas no por esto desmayaba en su idea.

La fiebre de la inspiración lo devoraba; y sin embargo, su pincel ora rebeldo para obedecer á tan poderosa inteligencia y á tan decidida voluntad. Pero el genio encuentra el medio de salir triunfador.

Entre los discípulos que frecuentaban el taller, hallábase un joven de bellísima figura. Miguel creyó ver en él el modelo que necesitaba para llevar á cumplida realización su pensamiento.

Hízolo desnudar, y colocólo en una cruz de madera, La actitud nada tenía de agradable ni de cómoda. Sin embargo, en el rostro del joven se dibujaba una ligera sonrisa.

Pero el artista no buscaba la expresión de la complacencia ó del indiferentismo, sino la de la angustia y el dolor.

—¿Sufres?—preguntaba con frecuencia á su discípulo.

—No, maestro—contestaba el joven, sonriendo tranquilamente.

De repente Miguel de Santiago, con los ojos fuera de sus órbitas, erizado el cabello y lanzando una horrible imprecación, atravesó con una lanza el costado del mancebo.

Éste arrojó un gemido y empezaron á reflejarse en su rostro las convulsiones de la agonía.

Y Miguel de Santiago, en el delirio de la inspiración, con la locura fanática del arte, copiaba la mortal congoja; y su pincel, rápido como el pensamiento, volaba por el terso lienzo.

El moribundo se agitaba, clamaba y retorcía en la cruz; y Santiago, al copiar cada una de sus convulsiones, exclamaba con creciente entusiasmo:

—Bien! ¡Bien, maestro Miguel! ; Bien, muy bien, maestro Miguel!

Por fin el gran artista desata á la víctima; vela ensangrentada y exánime; pásase la mano por la frente como para evocar sus recuerdos, y como quien despierta de un sueño fatigoso, mide toda la enormidad de su crimen y, espantado de sí mismo, arroja la paleta y los pinceles y huye precipitadamente del taller.

¡El arte lo había arrastrado al crimen!

Pero su Cristo de la Agonía estaba terminado.

IV Este fué el último cuadro de Miguel de Santiago. Su sobresaliente mérito sirvió de defensa al artista, quien después de largo juicio obtuvo sentencia absolutoria.