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Tradiciones peruanas

—¡Mentecatos que creéis en virtual!—les dijo.—Esa mujer iba hoy á pertenecerme. Pues bien: yo no gusto de gazmoñas y la cedo al que quiera tomarla.

50 Por corrompidos que fuesen aquellos calaveras no pudieron reprimir un gesto de horror y salieron de la habitación.

Pocas horas después había en Lima un escándalo más. La deshonra de una mujer hermosa es una victoria para las que envidian su belleza.

La desventurada, después de buscar vengador en su herinano, que fué muerto en duelo por D. Diego, tuvo que esconder sus lágrimas y su vergüenza entre las rejas de un claustro.

El descrédito que ésta y otras no menos escandalosas aventuras echiaron sobre Arellano, no germinaba tan sólo entre la gente acomodada. Su mala reputación se había popularizado hasta tal punto, que ningún mendigo se atrevía á llegar á la puerta de su casa; porque, á bien librar, llevaba la certidumbre de salir derrengado. Jamás tendió el capitán una mano gonerosa al infortunio, y hablarle de practicar actos caritativos era excitar su hilaridad, desatándola en epigramas contra las busconas y vagabundos.

Sólo se contaban de él malas acciones, y es fama que su vino fué siempre borrascoso.

Con la multitud de historias repugnantes de que era el héroo nuestro capitán, excitó las sospechas del Santo Oficio. No sabemos cómo se las compuso con el terrible Tribunal de la Fe. Ello es que éste so conformó con amonestarlo y recomendarle que oyese misa, práctica devota á la que nunca se le vió asistir.

Tal era D. Diego de Arellano, uno de los hombres que en la culta capital del virreinato daba, por sus excentricidades y escándalos, asunto á los corrillos de los desocupados. Y nótose que no lo llamainos el único proveedor de la crónica popular, porque existia otro personaje á quien llamaban el Nacareno, ser misterioso que, al contrario del capitán, representaba sobre la tierra la Providencia de los que sufren.

11 Había por entonces en Lima una asociación de devotos conocida con el nombre de Cofradía de los nazarenos. Reuníanse las noches de los viernes en una celda del convento de la Merced, de donde salían á la capilla que aún existe contigua al templo, para celebrar la religiosa distribución de las caídas del Señor; terminada la cual esparcíanse por la ciudad, recogiendo y dando limosnas, Vestían los cofrades aquellas noches una larga túnica morada, ceñida