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Ricardo Palma

torrillesca nomenclatura; y si hay alguno que crea que lo haya omitido por malicia ó envidia, reclame con confianza y figurará en otra edición.

Aunque me humille confesarme plebeyo debo declarar, á fuer de veraz eronista, que allí no hubo ningún Palma; pues si alguno de este apellido comía por aquel siglo pan en Lima, debió estar aquejado de dolor de muelas ó de punzada en el hueso palomo. Con su inasistencia me hizo un flaco servicio, porque me privó de conocer unis armas para lucirlas sobre el papel de cartas.

El virrey, que tenía grandes vínculos con ambos querellantes, se vió, como dicen, entre la espatla y la pared. Los dos defenlian con igual copia de argumentos, lo que llamaban su perfecto derecho. El uno decía que en su escudo, puesto á mantel, había un león linguado y rapante en campo de plata, con cinco grifos de sinople sobre oro y dos castillos almenados sobre azur. El otro contestaba con un águila de sable y coronada en campo de gules, cuatro grifos y tres torres. Argilia el uno que el león no podía bajar la melena ante el águila, y replicaba el otro que quien cruzaba por los aires sin rival, no debía humillarse en la tierra. En suma, á oirlos no sabía uno decidir cuál de los dos era de nobleza más limpia y acuartelada; pues al que le faltaba un grifo le sobraba un castillo, y váyase lo uno por lo otro. El de Santiago decía que un marqués era más que un conde: pues la palabra marqués en casi todas las lenguas conocidas (y esta es una curiosa observación de los filólogos) significa vigilante ó custodio de las fronteras, límites ó marcas del territorio. El de Sierrabella contestaba que el título de conde viene del comes latino, que quiere decir compañero, y por ello todo conde era un compañero del príncipe y guardián obligado de su persona.

¿A que no aciertan ustedes con la decisión del virrey? La doy en una, en dos, en tres, en mil. Ya veo que so dan ustedes por vencidos; porque ni á Salomón, que imaginó hacer dos rebanadas de un muchacho, se lo habría ocurrido lo que al muy Excmo. Sr. D. Melchor l'ortocarrero Lazo de la Vega, conde de la Monclova.

—Señores—dijo,—no me tengo por bastante instruido en la ciencia del blasón que, como ustedes saben, es la ciencia heroica, la ciencia de las ciencias, ni creo que en estos reinos del Perú haya voto facultativo. El punto es de lo más intrincado que cabo, y con más habilidad me sospecho para convertir en oro una piedra de cantería, que para dar sentencia acertarla en el presente litigio. Aquí no hay más sino ocurrir á su majestad.

Entretanto, vuelvan los caballos á la caballeriza y quédense los coches donde están y sin variar de posición, hasta que venga de España la solución del problema.