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Ricardo Palma

aumentó en importancia y excitó la codicia de nuestros conquistadores desde que, en pocos meses, el capitán Diego Centeno, que trabajaba la famosa mina Descubridora, adquirió un caudal que tendríamos hoy por químérico, si no nos mereciesen respeto el jesuíta Acosta, Antonio de Herrera y la Historia Potosina de Bartolomé de Dueñas. Antes de diez años la población de Potosí ascendió á 15.000 habitantes, triplicándose el número en 1572, cuando en virtud de real cédula se trasladó á la villa la casa de moneda de Lima.

85 Los últimos años de aquel siglo corrieron para Potosí entre el lujo y la opulencia, que á la postre engendró rivalidades entre andaluces, extremeños y criollos contra vascos, navarros y gallegos. Estas contiendas terminaban por batallas sangrientas, en las que la suerte de las armas se inclinó tan pronto á un bando como a otro. Hasta las mujeres llegaron á participar del espíritu belicoso de la época; y Méndez en su Historia de Potosí refiere extensamente los pormenores de un duelo camnpal á caballo, con lanza y escudo, en que las hermanas de doña Juana y de doña Luisa Morales mataron á D. Pedro y á D. Graciano González.

No fueron éstas las únicas hembras varoniles de Potosí; pues en 1662, llevándose la justicia presos á D. Angel Mejía y á D. Juan Olivos, salieron al camino las esposas de éstos con dos amigas, armadas las cuatro de puñal y pistola, hirieron al juez, mataron dos soldados y se fugaron para Chile llevándose á sus esposos. Otro tanto hizo en ese año doña Bartolina Villapalma, que con dos hijas doncellas, armadas las tres con lanza y rodela, salió en lefensa de su marido que estaba acosado por un grupo de enemigos, y los puso en fuga, después de haber muerto á uno y herido á varios.

Pero no queremos componer, por cierto, una historia de Potosí ni de sus guerras civiles; y á quien desce conocer sus casos memorables, le recomendamos la lectura de la obra que con el título de Anales de la vida Imperial escribió en 1775 Bartolomé Martínez Vela.

VII AHORA LO VEREDES Promediaba el año de 1625.

En las primeras horas de una fresca mañana el pueblo se precipitaba en la iglesia parroquial de la villa.

En el centro de ella se alzaba un ataúd alumbrado por cuatro cirios.

Dentro del ataúd yacía un cadáver con las manos cruzadas sobre el pecho y sosteniendo una calavera.

El difunto había muerto en olor de santidad, y los notarios formaliza.