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Ricardo Palma

PREDESTINACIÓN (Á CARLOS AUGUSTO SALAVERRY) I El siglo XIX estaba aún en mantillas (lo que importa, lector amigo, decirte que la acción de este capítulo pasa en 1801) y perdona lo alambicado de la frase. Salamanca, la de la famosa Universidad, ardía de entusiasmo, en cierta noche de aquel año, porque un gallardo mozo de la chusma estudiantil había colgado el raído manteo, cambiando á Cicerón y las Pandectas por las comedias del buen Lope y del romántico Calderón, En una de las tabernas de la universitaria ciudad hallábanse congregados, al olor de un suculento jigote y de descomunales jarros de Valdepeñas no bautizado, gran número de estudiantes, cómicos y mujerzuelas, gente toda así lista para un fregado como para un barrido, á la que tanto se le daba de lo de arriba como de lo de abajo. Y á un extremo de la saia y al calor del brasero, veíase una muchacha que ejercía á la vez los oficios de cantora y lazarillo de un pobre ciego de gitanesca estampa. Degollación, que tal era el nombre de la mocita, tenía una cara más fea que el pecado de usura, y una voz de caña rota que el ciego rascador de guitarra sabía hacer soportable por la sal de su punteado.

—¡Ea! ¡Degollación, hija mía! Echale una seguidilla al lucero de los claustros de Salamanca, al Sr. Rafael, que así Dios me salve si no ha de exceder, con tercio y quinto, al mismísimo Isidoro.