A servir o a regir a otros hermanos;
Manos que en tanto venidero día
Tendréis que dar o que pedir, me abruma,
Ya que a mi turno fui, con libro y pluma,
Perseverante labrador, la idea
De lo que os falta de improba tarea!
¡Oh corazones candidos, que al fuego
De febril impaciencia, en temerario
Anhelar sin medida y sin sosiego
Ya veo arder! — si acaso tributario
Fue a las pasiones largo tiempo el mío,
Hoy en vez de pasión sólo hay ceniza,
O encubre el hondo fuego helado hastío.
¡Oh blancas almas, puras, cristalinas,
Rayos directos de la luz del cielo
Vuestra divina fuente!
Hoy, al través del nebuloso velo
Da tantos años — polvo de ruinas —
¡Qué tristemente rojo
Refractado se ve mi sol poniente!
¡Qué lívida mi alma indiferente!
¡Rico arsenal! Del suelo al techo suben,
Organo enorme, las bruñidas armas,
Pero sus mudos tubos hoy no brotan
La música fatal, terror de pueblos.
¡Qué estruendo harán cuando esas blandas teclas
El experto ángel de la muerte toque!
¡Qué alta lamentación, qué miserere
Completará su horrenda sinfonía!
Aún escucho el feroz coro infinito,
Los hondos ayes y estertor de muerte
Que, siglos de distancia atravesando,
En prolongado retiñir nos llegan.
Oigo el martillo del sajón rompiendo
Yelmos y arneses; bate el cimbrio bosque
La normanda canción; y un mundo clama
Del gongo de los tártaros al eco.