El Sr. Menéndez Pelayo, la más brillante personificación española en nuestros días, del feliz consorcio del talento con la erudición, de la rectitud con la libertad de juicio, del estudio progresivo con el fácil y constante ejercicio de la pluma, ha consignado acá y allá, en sus obras bibliográficas ó histórico-críticas, observaciones útiles pertinentes á la materia, aunque sin elucidarla ex-profeso en todo ni en parte. Citaré, por último, aunque escasas sobremanera, las indicaciones consignadas por el docto helenista y eminente Prelado mexicano, Sr. Montes de Oca, en la carta que dirigió á Menéndez Pelayo, impresa al frente de su traducción completa de Píndaro (México, 1882).
Todo lo que se ha escrito en este ramo de la crítica, sobre deficiente é inarmónico, anda disperso y olvidado; y creo que, cualesquiera referencias que á las que acabo de anotar como las más notables que me sugiere la memoria, puedan añadirse (y no dudo que muchas habré omitido por su misma reconditez), no invalidarán en ningún caso la afirmación de que el arte de traducir en verso ha estado y está teóricamente descuidado en España, bastando á comprobarlo el hecho de que los tratadistas de literatura no le consagren una línea, ni figure para nada en el programa de ninguna asignatura literaria.
1827, y se halla reproducido en las obras de Bello, edición oficial chilena, Tomo VI, 1883. El precioso, aunque trunco opúsculo, sobre la Ilíada por Hermosilla fué dado á luz, como producción póstuma, por el diligente biógrafo de Bello, finado Sr. Amunátegui, Santiago de Chile, 1882.