Y abandonando el universo entero
A mí lo deja y á la noche oscura.
Turbio, indistinto miro por doquiera
Borrarse ya el paisaje antes hermoso:
El viento duerme; en derredor impera
Quietud solemne, funeral reposo.
Y sólo se oye el vuelo y el zumbido
De la cigarra en los pelados cerros,
Y del rebaño en el lejano ejido
El soñoliento son de los cencerros;
O ya, de aquella torre que abrazada
La hiedra tiene con verdor lascivo,
Que alza á la luna blanca y argentada
Su amarga queja el buho pensativo,
Contra los que profanos y atrevidos
Quebrando con sus pasos el misterio
De estos bosques hojosos y escondidos,
Turban su antiguo y solitario imperio.
Bajo de aquellos álamos nudosos,
Del tejo melancólico á la sombra
Donde se alza en mogotes numerosos
El césped verde en desigual alfombra,
En su estrecha morada colocados
Bajo la humilde cruz que allí campea,
Descansan sin afanes ni cuidados,
Los rústicos abuelos de la aldea.
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EL CEMENTERIO DE LA ALDEA