Y en medio de su aroma y sus colores
Nadie la mira y para nadie existe!
Aquí talvez un Hampden campesino
Yace, cuyo vigor y noble celo
Supieron contener en su camino
De la aldea al soberbio tiranuelo;
Algún oscuro Milton escondido
Cuya alma no inflamó fuego sagrado;
Un Cromwell para el mal desconocido,
Y de la sangre patria no manchado.
El aplauso arrancar con elocuencia
De un Senado suspenso á sus acentos,
Despreciar con heroica indiferencia
La flecha del dolor y los tormentos;
Sobre un país risueño y delicioso
Derramar la abundancia sin medida,
Leer su historia escrita en el gozoso
Rostro de una nación agradecida,
La suerte les vedó. Ceñidas fueron
Sus virtudes á límites estrechos,
Ni más allá sus faltas se extendieron
Del corto asilo de sus pobres techos.
Ni por sendas de víctimas cubiertas
Subieron á la cumbre soberana,
Ni de la tierna compasión las puertas
Cerraron nunca á la miseria humana.
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EL CEMENTERIO DE LA ALDEA